Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 261

¨El Misterio de Belicena Villca¨ Envueltos en ese frenesí, pero momentáneamente pasmados de asombro por las alteraciones de la blanca nube, los ciudadanos de Borsippa no advirtieron cuando una de las Iniciadas abandonó la danza. Subió corriendo los pisos que faltaban para llegar a la torrecilla, pero antes de entrar el vapor tomó la forma de una multitud de niños alados que revolotearon en torno a ella derramando sobre su cabeza etéricos líquidos de no menos etéricas ánforas. Sin embargo tales manifestaciones sobrenaturales no la detuvieron. Ungida de pies a cabeza por los graciosos querubes avanzó resueltamente e ingresó a la torrecilla. Los cincuenta Hierofantes, al advertir su irrupción, cesaron todo canto, toda invocación, y volviéndose hacia ella la miraban fijamente. Al fin la Iniciada detuvo su ligero paso adelante de la entrada al laberinto y, sin decir palabra, tiró de un cordón y dejó caer su túnica, quedando completamente desnuda... salvo las joyas. Estas eran sumamente extrañas: cuatro pulseras de oro serpentiformes, que llevaba arrolladas una en cada tobillo y una en cada muñeca; un collar semejante a las pulseras; una tiara tachonada de piedras lechosas y opacas; dos pendientes y dos anillos serpentiformes y una piedra roja en el ombligo. De todo el conjunto lo que más impresionaba, por el exquisito diseño y la habilidad de los orfebres, eran las pulseras. Cada una daba tres vueltas; las de la pierna y brazo izquierdo con la cola de la serpiente hacia afuera y la chata cabeza hacia el interior del cuerpo; las pulseras enrolladas en la pierna y brazo derecho mostraban a la serpiente como “saliendo” del cuerpo; en el collar, la serpiente apuntaba con su cola hacia la tierra y la cabeza, extrañamente bicéfala esta vez, quedaba justo bajo la barbilla. Todas las serpientes tenían unas pequeñas piedras verdes incrustadas en los ojos, y el cuerpo labrado y esmaltado de vivos colores. Al ver estas maravillosas piezas de orfebrería nadie habría sospechado que eran en realidad delicados instrumentos para canalizar energías telúricas. La muchacha es de una belleza que quita el aliento. Se la puede observar mientras recorre con paso seguro el laberinto, que parece conocer muy bien pues casi no se distingue el piso, bajo la densa nube de vapor ectoplasmático. Si llegase a equivocar el camino, si diese con una valla, sería tomado como un mal augurio y debería suspenderse la operación hasta el siguiente año. Pero la Iniciada no vacila, tiene abiertos los Mil Ojos de la Sangre y ve allá abajo, en la base de la Torre, cómo la energía telúrica, cual irresistible serpiente de fuego, también recorre el laberinto resonante. Y todos confían en Ella, en la terrible misión que ha emprendido, que comienza allí pero se prolonga en otros mundos. Confían porque es una Iniciada maga, nacida quinta en una familia de zahoríes, de sangre tan azul que las venas quedan dibujadas como árboles tupidos bajo la piel transparente. Todos piensan en ella mientras recorre el laberinto cantando el himno de Kus. Los Hierofantes contienen la respiración mientras las esbeltas piernas de la Iniciada recorren con destreza los últimos tramos del mosaico-laberinto: ya está por llegar a la “salida”. ¡Ha triunfado! Pero ese triunfo significa la muerte, según se verá enseguida. Justo al final del laberinto se halla la columna de piedra y metal adonde refulge con raro brillo la Esmeralda hiperbórea. La Iniciada se detiene frente a ella y, elevando los ojos al cielo, asciende los tres peldaños que conducen a la base de la columna, la cual es de baja estatura pues la Esmeralda apenas llega al nivel del pubis. Cosa curiosa: la Esmeralda ha sido tallada en forma de vagina, con una hendidura central, la cual es posible ver pues se halla en la faceta superior, la que se encuentra enfrentada con el techo del templo. Por el contrario, a la Iniciada, a pesar de hallarse desnuda, no es posible observarle sexo porque un pliegue de carne le cubre el bajo vientre, absolutamente lampiño. Esta característica física, que hoy en día sólo conservan las mujeres bosquimanas, es la prueba más evidente de su linaje atlante-hiperbóreo. Las mujeres cromagnón poseían una “pollera natural de piel” y las antiguas egipcias de las primeras dinastías también, como puede comprobarse en numerosos bajorrelieves. La Iniciada ha recorrido el laberinto, ha “guiado” a la serpiente hasta el templo superior y la ha conducido a través de la columna de piedra y metal. Ahora su ígnea cabeza comienza a presionar bajo la Esmeralda hiperbórea encendiéndola mágicamente y bañando de luz verde el enorme recinto y a todos sus ocupantes. Afuera el retumbar de tambores y flautas ha adquirido un ritmo tan rápido y una intensidad tal que resulta imposible pensar o hacer otra cosa que no sea contemplar el Zigurat, la torrecilla de la cima rodeada por Nimrod y sus 261