Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 259
¨El Misterio de Belicena Villca¨
la Puerta del Infierno y podría entablarse el combate sin tregua contra los servidores de quien
encadenó el Espíritu Eterno a la Materia. Muchos pueblos han sido llamados “bárbaros” por
otros pueblos más “civilizados”, aludiendo a su “salvajismo” e “inconsciencia”. Pero se necesita
ser “bárbaro” para pactar con los Dioses y tomar parte en la Guerra Esencial. Sólo la garantía
de la pureza sanguínea de unos “bárbaros”, intrépidos e inmunes a las celadas satánicas,
puede decidir a los Dioses a poner en el mundo la piedra angular de una Raza Sagrada. En
otras palabras, las “celadas”, las tentaciones de la Materia, están tendidas en todas partes y
por eso se necesita ser “bárbaro” o “fanático”, pero también ingenuo, “como niño”, o como
Parsifal el loco puro de la leyenda artureana.
Finalizada la construcción del Zigurat, se enviaron mensajeros a las restantes ciudades y
aldeas Kassitas pues su Reino incluía a Nínive y otras urbes menores, así como numerosos
campamentos septentrionales que llegaban hasta el lago Van e incluso alcanzaban las laderas
del Ararat. Miles de Embajadores fueron llegando a Borsippa para apreciar la Torre de Nimrod
y rendir homenaje a Ishtar la Diosa de Venus y a Kus su Dios racial, esposo de Ishtar.
También llegaron del Sur, de Babilonia a la que acababan de conquistar, un pequeño número
de sus primos Hititas, con quienes los Kassitas partieron juntos muchas décadas atrás, desde
el Cáucaso.
Todo se preparó para el solsticio de verano, el día en que Chang Shambalá está “más
cerca” de nuestro plano físico. Ese día el pueblo de Borsippa estuvo reunido junto al gran
Zigurat y un contraste de emociones se adivinaba en todos los rostros. Los invasores Kassitas,
cazadores y agricultores, es decir, cainitas, demostraban abiertamente su salvaje alegría por
culminar una empresa que les había absorbido varias generaciones. Y en esa alegría furiosa
latía el anhelo del próximo combate. Dice un antiguo proverbio ario: “el furor del guerrero es
sagrado cuando su causa es justa”. Pero si esa sed de justicia le lleva a enfrentar a un
Enemigo mil veces superior, entonces necesariamente debe ocurrir un milagro, una mutación
de la naturaleza humana que lo lleve más allá de los límites materiales, fuera del Karma y del
Eterno Retorno. Leónidas en las Termophilas ya no es humano. Será un Héroe, un Titán, un
Dios, pero jamás un hombre común. Por eso el pueblo de Nimrod en su furia santa presentía la
próxima mutación colectiva; se sentía elevado y veía disolverse la realidad engañosa del
Demiurgo Enlil. Hervían de valor y así purificaban drásticamente su sangre. Y esa Sangre
Pura, bullente de furia y de valor, al agolparse en las sienes trae el Recuerdo del Origen y
hace desfilar ante la vista interior las imágenes primigenias. Sustrae, en una palabra, de la
miserable realidad del mundo y transporta a la verdadera esencia espiritual del hombre. En
estas circunstancias mágicas no es extraño que todo un pueblo gane la inmortalidad del
Valhala.
Contrastando con dicha euforia guerrera se advertía una angustia terrible retratada en los
rostros de numerosos ciudadanos. Eran quienes constituían la primitiva población habiro de
Borsippa, pastores y comerciantes, que adoraban desde siempre al Demiurgo Enlil.
Según sus tradiciones, Jehová Satanás había preferido al pastor Abel y despreciado al
agricultor Caín lo que es coherente puesto que “pastor es el oficio del animal hombre”, hijo de
Jehová, según enseña la Sabiduría Hiperbórea. Por estas razones experimentaban un odio
profundo contra el Rey Nimrod y los Iniciados cainitas. Un odio como sólo pueden sentir los
cobardes, aquellos que, en todo semejantes a los moruecos y ovejas que apacentan, se
autodenominan “pastores”. Ese odio al guerrero es el que disfrazado hipócritamente exalta las
“virtudes” del sentimentalismo, la caridad, la fraternidad, la igualdad, y otras falsedades que se
conocen muy bien por sufrirlas en esta civilización de pastores en que nos ha hundido el
judeocristianismo de la Sinarquía. Y ese odio, que estoy considerando, surge y se nutre de
una fuente denominada miedo.
Miedo y Valor: he aquí dos opuestos. Ya se vio el poder trasmutador del valor, cuya
expresión es el Furor del Guerrero. El miedo en cambio se expresa por el odio pusilánime y
refinado, el que después de múltiples destilaciones da la envidia, el rencor, la maledicencia y
toda clase de sentimientos insidiosos. El miedo es pues un veneno para la pureza de sangre
como el valor es un antídoto. La exaltación del valor eleva y trasmuta; disuelve la realidad. La
exacerbación del temor, en cambio, hunde en la materia y multiplica el encadenamiento a las
formas ilusorias. Por eso los pastores habiros de Borsippa murmuraban entre dientes las
oraciones a Enlil mientras, como hipnotizados de terror, contemplaban la ceremonia cainita.
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