Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 246
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Universo, las Vrunas de Su Nombre! ¡Y la Gracia de Frya! ¡Y el Poder Kâlibur de la Vruna
de la Muerte! ¡He venido hasta ti para confirmar tu existencia y la de tu Casa; para grabar
en la Piedra Fría el Signo que la situará en el Origen y determinará que prevalezca sobre
la Lejía de la Muerte Final! ¡Te diré lo que debes hacer, Oh Custodio de la Piedra de
Venus! ¡Es necesario que los Iniciados de tu Casa coincidan conmigo en algún sitio del
Universo, cualquiera que éste sea; una vez juntos, he de transmitirles el Mensaje de los
Dioses! ¡Te dejaré esta Piedra: colócala del mismo modo frente al Angulo Recto, y Yo
estaré allí en el momento preciso!–
Dicho esto, se desvaneció tan misteriosamente como había aparecido, y me encontré
absolutamente solo en la Caverna Secreta. La Piedra de Venus ya no reflejaba el Signo
Tirodinguiburr pero podía verlo si me lo proponía. En fin, luego de reflexionar cinco días, decidí
acercarme a Turdes y enviar mensajeros para convocaros y concretar la reunión solicitada por
el Señor de Venus.
Transcurrieron unos minutos sin que nadie atinase a decir nada; todos habían quedado
como hechizados por el relato del Noyo. Finalmente, uno de los Hombres de Piedra interrogó:
–La Piedra; ¿Qué quiso decir el Señor de Venus cuando habló de dejaros una Piedra?
–Pues, el caso es que cuando se desvaneció por el Angulo Recto –respondió el Noyo–
una curiosa Piedra apareció donde Él estaba, sin que Yo pueda explicar cómo llegó hasta ese
lugar de la Caverna.
–¿Y qué habéis hecho con ella?
–¡La he transportado hasta aquí! –El Noyo desató una bolsa de cuero que traía sujeta a la
cintura y extrajo de ella un rústico trozo de basalto negro. La Piedra era una pequeña columna
de 8 ó 9 pulgadas de altura y base rectangular; sin dudarlo se la alargó al que había formulado
las preguntas. Pronto circuló de mano en mano hasta retornar nuevamente al Noyo, quien
entonces volvió a hablar.
–Damas y Caballeros: os propongo intentar el contacto con los Dioses, tal como Ellos
mismos lo han sugerido. He dispuesto una torre del Castillo para ese fin y creo que ya es hora
de dirigirnos hacia allí.
–¡Sí! –aprobaron al unísono varias voces– ¡No perdamos más tiempo!
Quincuagésimo Día
La Torre en cuestión consistía en un recinto cuadrado, construido con sólidos bloques de
granito, cuyos cuatro ángulos estaban perfectamente alineados con los puntos cardinales. Se
había hecho retirar todo el mobiliario a excepción de tres largos bancos sin respaldo, en los
cuales se sentaron los Hombres de Piedra. La única vela de un candelabro de pared iluminaba
tenuemente el ángulo Oeste. Frente a ese rincón, en el suelo, el Noyo depositó la diminuta
columna de roca: después de orientarla convenientemente se unió a los Hombres de Piedra.
–He colocado la Piedra en forma semejante a como la hallé en la Caverna Secreta –dijo–.
Ahora sólo nos resta Aguardar y Observar.
Al comienzo nadie notó nada porque el fenómeno se fue produciendo muy lentamente.
Empero, en un momento dado, sin que los Hombres de Piedra pudiesen determinar cuándo, el
vértice del rincón apareció extrañamente brillante. Entonces todos vieron una línea vertical
de luz blanca donde los dos planos de las paredes se unían en el ángulo recto. Aquella
luminosidad cubría completamente el vértice y causaba la sensación de surgir de una delgada
hendidura, como si las paredes estuviesen separadas por una rendija infinitesimal, una
ventana hacia otro mundo. Pero el vértice de luz era lo que se veía en relación a las paredes
de la torre; porque si se alineaba el vértice con la Piedra, la imagen cambiaba súbitamente y
el fenómeno adquiría su más curioso carácter: observando de ese modo, la Piedra parecía
extrañamente incrustada en el ángulo recto; mas esa visión duraba sólo un momento, pues
enseguida el ángulo avanzaba hacia adelante y la Piedra se perdía en la línea de luz. Esto
sorprendía; sin embargo, al examinar el vértice de luz en relación a las paredes, la Piedra
aparecía nuevamente donde la había colocado el Noyo.
Como todos estaban contemplando el vértice de luz, todos vieron llegar al Señor de
Venus. Y a nadie escapó que su entrada era el producto de un paso: el último paso de una
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