Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 206
¨El Misterio de Belicena Villca¨
El concepto de “ley de la naturaleza” que he expuesto es moderno y apunta a “controlar” el
fenómeno antes que a explicarlo, siguiendo la tendencia actual que subordina lo científico a lo
tecnológico. Se tienen así fenómenos “regidos” por leyes eminentes a las que no sólo se
aceptan como determinantes sino que se las incorpora indisolublemente al propio fenómeno,
olvidando, o simplemente ignorando, que se trata de cuantificaciones racionales. Es lo que
pasa, por ejemplo, cuando se advierte el fenómeno de un objeto que cae y se afirma que tal
cosa ha ocurrido porque “actuó la ley de gravedad”. Aquí la “ley de gravedad” es eminente, y
aunque “se sabe que existen otras leyes” las que “intervienen también pero con menor
intensidad”, se cree ciegamente que el objeto en su caída obedece a la ley de Newton y que
esta “ley de la naturaleza” ha sido la causa de su desplazamiento. Sin embargo el hecho
concreto es que el fenómeno no obedece a ley eminente alguna. El fenómeno simplemente
ocurre y nada hay en él que apunte intencionalmente hacia una ley de la naturaleza, y menos
aún una ley eminente. El fenómeno es parte inseparable de una totalidad que se llama “la
realidad”, o “el mundo”, y que incluye, en ese carácter, a todos los fenómenos, los que ya han
ocurrido y los que habrán de ocurrir. Por eso en la realidad los fenómenos simplemente
ocurren, sucediendo, quizá, a algunos que ya han ocurrido, o simultáneamente con otros
semejantes a él. El fenómeno es sólo una parte de esa “realidad fenoménica” que jamás
pierde su carácter de totalidad: de una realidad que no se expresa en términos de causa y
efecto para sostener el fenómeno; en fin, de una realidad en la cual el fenómeno acontece
independientemente de que su ocurrencia sea o no significativa para un observador y cumpla
o no con leyes eminentes.
Antes de abordar el problema de la “preeminencia de las premisas culturales” en la
evaluación racional de un fenómeno, conviene despojar a éste de cualquier posibilidad que lo
aparte de la pura determinación mecánica o evolutiva, según el “orden natural”. Para ello
estableceré, luego de un breve análisis, la diferencia entre fenómeno de “primer” o de
“segundo” grado de determinación, aclaración indispensable dado que las leyes eminentes,
corresponden siempre a fenómenos de primer grado.
Para el gnóstico “el mundo” que nos rodea no es más que la ordenación de la materia
efectuada por el Dios Creador, El Uno, en un principio, y a la cual percibimos en su actualidad
temporal. La Sabiduría Hiperbórea, madre del pensamiento gnóstico va más lejos al afirmar
que el espacio, y todo cuanto él contenga, se halla constituido por asociaciones múltiples de
un único elemento denominado “quantum arquetípico de energía”, el cual constituye un
término físico de la mónada arquetípica, es decir, de la unidad formativa absoluta del plano
arquetípico.
Estos quantum, que son verdaderos átomos arquetípicos, no conformadores o
estructuradores de formas, poseen, cada uno, un punto indiscernible mediante el cual se
realiza la difusión panteísta del Creador. Es decir que, merced a un sistema puntual de
contacto polidimensional, se hace efectiva la presencia del Demiurgo en toda porción
ponderable de materia, cualquiera que sea su calidad. Esta penetración universal, al ser
comprobada por personas en distinto grado de confusión, ha llevado a la errónea creencia de
que “la materia” es la propia substancia de El Uno. Tal las concepciones vulgares de los
sistemas panteístas o de aquellos que aluden a un “Espíritu del Mundo” o “Anima Mundi”,
etc. En realidad la materia ha sido “ordenada” por el Creador e “impulsada” hacia un
desenvolvimiento legal en el tiempo de cuya fuerza evolutiva no escapa ni la más mínima
partícula (y de la cual participa, por supuesto, el “cuerpo humano”).
He hecho esta exposición sintética de la “Física Hiperbórea” porque es necesario distinguir
dos grados de determinismo. El mundo, tal cual lo describí recién, se desenvuelve,
mecánicamente, orientado hacia una finalidad; éste es el primer grado del determinismo. Con
otras palabras: existe un Plan a cuyas pautas se ajusta, y a cuyos designios tiende, el “orden”
del mundo; la materia librada a la mecánica de dicho “orden” se halla determinada en primer
grado. Pero, como dicho plan, se halla sostenido por la Voluntad del Creador, y Su Presencia
es efectiva en cada porción de materia, según vimos, podría ocurrir que El, anormalmente,
influyese de otra manera sobre alguna porción de realidad, ya sea para modificar
teleológicamente su Plan o para expresar semióticamente su intención, o por motivos
estratégicos; en ese caso estamos ante el segundo grado del determinismo.
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