Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 196
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Domini Canis de Tolosa. La exhibición de tales supuestas debilidades tranquilizó, hasta que
fue demasiado tarde, a los Golen. Sin embargo, la fidelidad de Clemente V al Círculus Domini
Canis, y su Honor inquebrantable, pueden comprobarse observando, no su conducta
personal, sino la forma en que cumplió con la misión. Para mencionar algunos de sus decretos
más notables comencemos recordando, por ejemplo, que en el año 1306 confirmó la ley de
Felipe IV por la cual, en un mismo día, fueron expropiados todos los bienes de los judíos y
conminados estos, sopena de ejecución, a abandonar Francia en un tiempo brevísimo. Según
una bula, los Colonna volvían a ser católicos y se les debían restituir sus títulos y propiedades;
según otra, la Iglesia se comprometía a no percibir ni un Luis del Reino de Francia durante los
años siguientes. A solicitud de Felipe el Hermoso sus legistas gestionaron un proceso
eclesiástico post mortem a Bonifacio VIII, el que contó con la aprobación de Clemente V; a su
término, el Papa emitió la bula Rex Gloriae, en Abril de 1311, donde se resumen las
conclusiones: en esa bula, res visenda, se ordena que todas las bulas de Bonifacio VIII contra
Felipe IV fuesen quemadas públicamente; Felipe IV era inocente y “católico fidelísimo”; como
también serían inocentes del atentado de Anagni Nogaret, Sciarra, y Charles; Bonifacio VIII,
por otra parte, no fue declarado hereje sino culpable de obstinatio extrema. Y agreguemos
que en el curso de su pontificado acabó apoderándose de la mayor parte del oro acumulado
por las Órdenes benedictinas, fingiendo siempre una insaciable ambición, y que hizo oídos
sordos a los reclamos de los banqueros lombardos, víctimas de una ley de expropiación que
confiscaba sus propiedades en Francia.
Es evidente, pues, que Clemente V llevó a cabo todas las metas de su misión o dispuso
los medios jurídicos para que las mismas se concretasen. Justamente en una entrevista
celebrada en Poitiers, en 1306, con Felipe el Hermoso, los dos Iniciados acordaron el modo de
disolver la Orden del Temple: para Clemente V, Señor del Perro, aquello representaba el
octavo objetivo de la misión y constituiría el acto estratégico más importante de su pontificado;
para Felipe IV, significaba la neutralización de la “II línea táctica” del Enemigo, tal como
expliqué el Día Trigésimo. Naturalmente, no se comprenderá el por qué un Rey poderoso
como Felipe IV, y un Papa que era el Superior General de la Orden, debían efectuar una
planificación secreta para extinguirla, si no se realiza el esfuerzo de imaginar en qué consistía
efectivamente la Orden del Temple en el siglo XIV, la magnitud de su potencia económica,
financiera y militar. Mas, si se repara en ello, resultará claro que la Orden estaba en
condiciones de presentar varios tipos de respuestas, militares o económicas, que podrían
poner en serias dificultades a Felipe IV. Hay que tener presente que los planes de la
Fraternidad Blanca se apoyaban, en gran medida, en esta Orden, y que la Estrategia del
Circulus Domini Canis exigía su destrucción para asegurar el fracaso de esos planes: el
golpe, entonces, tendría que ser contundente y sorpresivo.
La Orden, en efecto, poseía más de 90.000 encomiendas repartidas en los países que
actualmente se denominan Portugal, España, Francia, Holanda, Bélgica, Alemania, Hungría,
Austria, Italia e Inglaterra. En la Francia de comienzos del siglo XIV, incluidas Auvernía,
Provenza, Normandía, Aquitanía, el Condado de Borgoña, etc., donde estaban las haciendas
más extensas, existían aproximadamente 10.000 propiedades templarias: de ellas, 3.000 eran
encomiendas de 1.000 hectáreas de promedio cada una. En total, aquellas propiedades
sumaban 3.500.000 hectáreas, lo que representaba el 10% de la superficie de Francia. Pero
este porcentaje no reflejará la potencialidad del latifundio si no se advierte que aquel 10% de
la superficie total de Francia, es decir, incluidos los ríos, montañas, bosques, y toda suerte de
terreno inservible para el cultivo, constituía un 10% de la mejor tierra, escogida durante dos
siglos con paciencia de monje benedictino y obtenida por medio de donaciones digitadas por
la Iglesia. Y había más: aquellas encomiendas, que se componían de miles de granjas en
plena explotación agrícola, estaban exentas de todo tipo de impuesto pues la Orden
dependía directamente del Papa, privilegio que, hasta Bonifacio VIII, las convertía en
propiedades inviolables para cualquier Señor temporal. Cambiar esta situación era,
precisamente, uno de los objetivos estratégicos de Felipe el Hermoso, que lo había llevado a
enfrentarse con Bonifacio VIII y a oponer el Derecho Civil nacional al Derecho Canónico.
Más no se trataba sólo de impuestos: los Templarios, desde el advenimiento de Felipe IV,
venían desarrollando un plan destinado a quebrar la economía del Reino mediante el
empobrecimiento de la nobleza feudal y el despoblamiento del campo. Sus productos
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