Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 192

¨El Misterio de Belicena Villca¨ residencia, el orgullo de Bonifacio se desploma. ¡Vedlo allí, temblando y llorando como una mujer, al Demonio Golen que pretendía imperar sobre el carisma del Rey de la Sangre! Quizá no llora por la tragedia del momento sino por el futuro castigo que le impondrán su Señor, el Supremo Sacerdote Melquisedec, y los Maestros de la Fraternidad Blanca. Los pobladores de Anagni, a todo esto, despiertan con la sorpresa de que su ciudad está ocupada por tropas del Rey de Francia. Alguien hace tañir las campanas llamando a reunión y todas las familias corren hacia la plaza del mercado; las noticias son abrumadoras: Sciarra Colonna ha venido con un batallón provisto por el Rey de Francia y seguramente va a matar al Papa. Godofredo Busso se ha pasado al enemigo y la Ciudad ha quedado desguarnecida. Rápidamente, en medio de una gran confusión nombran como jefe a Adenulfo Conti. Este, acompañado de algunos vecinos, previamente escogidos entre los partidarios de los Colonna y de los Conti, se marcha a parlamentar con los asaltantes. Habla con Reinaldo Supino y regresa enseguida; asegura con vehemencia que será imposible resistir a los “franceses”, quienes ya están saqueando los palacios de los Cardenales: sólo queda la posibilidad de unirse a ellos y compartir el botín. Desesperados, los güelfos se entregan al pillaje, robando codo a codo con los gibelinos los palacios cardenalicios y papales. Así desaparecerán obras de arte de valor incalculable, tesoros de la antigüedad, y riquísima vajilla de oro y plata; cada uno toma cuanto le place y puede cargar. Algunos descubren las bodegas, encargadas de satisfacer los exquisitos paladares de los purpurados y calmar su inextinguible sed, y pronto las botellas circulan de mano en mano. Durante el día, pocos serán los anagnenses que no se hayan robado algo o embriagado; nadie se aventura por las calles y la ciudad queda bajo el control total de los escasos hombres de Nogaret. Mientras se efectúa el saqueo nocturno, y la población se halla entretenida en esa bárbara tarea, una febril actividad guerrera se desarrolla en torno al palacio de Bonifacio, quien, consciente que con su reducida guardia no podrá resistir mucho tiempo, trata de llegar a un acuerdo con los sitiadores; su legado recibe las condiciones: rendirse a discreción, levantar la excomunión a Felipe el Hermoso, rehabilitar a los Colonna, y concurrir prisionero a Francia para ser juzgado en el Concilio. Al conocerlas, Bonifacio se resiste a aceptarlas y queda sumido en la desesperación: sólo atina a vestir la indumentaria sacerdotal Golen y a aguardar a sus enemigos sentado en el Trono. Entre sollozos de amargura, ora fervorosamente al Dios Creador para que realice el milagro de salvarlo y salvar los planes de la Fraternidad Blanca. ¿Será posible, se pregunta a gritos, que los Señores de la Guerra triunfen sobre él, que es un representante del Creador del Universo? Si él, en quien se había confiado para que frenara a los Reyes temporales, fracasaba, ¿qué nuevas d e s v e n t u r a s sobrevendrían después a las Ordenes Golen, que por tantos siglos desarrollaron los planes de la Fraternidad Blanca? Tras cada una de estas preguntas se convulsionaba y era evidente que no tardaría en perder la razón. Con excepción de dos Obispos, uno español y otro italiano, todos huyen de su lado como pueden; algunos son capturados y muertos por los hombres de Sciarra Colonna, en tanto que otros son conservados como rehenes pues se entregan voluntariamente, entre ellos su propio sobrino. Aquellas noticias terminan de deprimir a Bonifacio. Al fin, cede una ventana y penetran por ella Guillermo de Nogaret y Charles de Saint Félix, seguidos por media docena de soldados de Ferentino que se mantienen a prudente distancia para no ser reconocidos por el Papa. Nogaret y Charles se aproximan al Trono: luciendo la Tiara papal, réplica de la corona egipcia de los Sacerdotes Atlantes morenos; vistiendo la túnica blanca de los Sacerdotes levitas de Israel, en la que está bordado el Trébol de Cuatro Hojas de los Sacerdotes Golen, estilizado como cruz celta; en su mano derecha sosteniendo la Cruz, símbolo del Encadenamiento Espiritual, y en la izquierda las Llaves de San Pedro, símbolo de la Llave Kâlachakra con que los Dioses Traidores al Espíritu del Hombre consumaron su Traición Original; allí estaba sentado, con sus ojos llameantes de odio y de terror, uno de los hombres más perversos de la Tierra. –¡Cátaro, hijo de Cátaro! –exclamó desafiante al reconocer a Nogaret–. ¡Tú amo, el Rey de Francia, no podrá contra la Ley de Jehová Dios! –Caballero soy del Rey de Francia –respondió el gascón– y os puedo asegurar, detestable Sacerdote, que mi Señor sólo conoce y respeta la Ley del Honor, que es la Ley del Espíritu 192