Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 191

¨El Misterio de Belicena Villca¨ A mediados de Agosto, Bonifacio VIII publica una bula en la que afirma que sólo el Papa está autorizado a convocar un Concilio e intenta defenderse de las acusaciones de Plasian y Nogaret. Al final se pregunta: ¿cómo se ha llegado al absurdo que los Cátaros acusen de hereje al Papa? Pero los e s p í a s de F e l i p e IV le informan que se está redactando el decreto de excomunión del Rey y entredicho del R e i n o d e F r a n c i a : a la bula se le ha puesto por adelantado la fecha de su emisión: 7 de Setiembre de 1303. Felipe IV decide dar un golpe de mano y capturar a Bonifacio antes que dé a conocer su infame resolución. Ya en Francia, sería juzgado por el Concilio y depuesto formalmente, nombrándose en su lugar un Obispo francés de su confianza. Para cumplir este plan concede carta blanca a Guillermo de Nogaret, a quien entrega su propia espada y dice estas históricas palabras: –“La Honra de Francia está en vuestras manos, Señor Caballero”. Guillermo de Nogaret se dirige a Italia acompañado sólo por Sciarra Colonna, el más temible enemigo personal de Bonifacio, y por Charles de Saint Félix, un Domini Canis que era nieto de Pedro de Creta y Valentina de Tharsis: Nogaret conocía a Charles de niño, pues éste era hijo de quien fuera el Señor de la familia de Saint Félix de Caramán. En Florencia, el banquero del Rey de Francia entrega a Nogaret una importante suma, pues tenía la orden de proveer al gascón de cuanto fuese necesario para su misión. Desde allí parten varios hombres adictos al partido gibelino para dar aviso a los Señores aliados de los Colonna, en las proximidades de Anagni, Alatri y Ferentino. El Papa se encuentra en su palacio de Anagni, su ciudad natal en el antiguo Estado pontificio de Frosinone; la vecina ciudad de Ferentino, rival gibelina de la güelfa Anagni, es el punto de reunión de los conspiradores; el día elegido: el 6 de Septiembre, es decir, un día antes de la emisión de la bula que excomulgaría a Felipe IV. El día señalado, en el máximo secreto, llegan una docena de Señores, enemigos jurados de Bonifacio VIII, que aguardaban desde hacía años una oportunidad semejante para tomar venganza: todos ansían íntimamente una ocasión para ejecutar a Bonifacio, pues consideran inútil su traslado a Francia; irónicamente, Guillermo de Nogaret deberá apelar a toda su autoridad para protegerlo y cumplir, así, con la Estrategia de Felipe el Hermoso. Cada Caballero había viajado por separado, acompañado de una pequeña escolta que no despertaría sospecha alguna; a estas tropas se sumaban los efectivos mercenarios aportados por el Capitán Reinaldo Supino, guardia de Ferentino que se vendió a Nogaret por 1.000 florines. En total se juntan 300 jinetes y 1.000 infantes: aquellas compañías serían realmente exiguas para la empresa que se proponían realizar, sino fuese que contaban a su favor con el principio de la sorpresa, ya que ni Bonifacio VIII, ni sus secuaces Golen, imaginaban remotamente que podían ser atacados en Anagni. Formado a pocos kilómetros de distancia, el batallón de Nogaret parecía surgido de la nada; y nadie en Italia pudo saber con antelación de su existencia como para advertir a los Golen. Uno de los Caballeros gibelinos era Nicolás, de la poderosa familia de los Conti, cuyo hermano Adenulfo, residente en Anagni, prestaría vital colaboración a los invasores. Por su intermedio, se logra comprar al comandante de la guardia papal, Godofredo Busso, por una buena bolsa de oro, mientras que el mismo Adenulfo se ocuparía de engañar a los anagneses durante el ataque. A medianoche llegan los guerreros de Kristos Lúcifer frente a la antigua capital de los Hérmicos; dos Caballeros portan los estandartes de Francia y de la Iglesia. Nicolás Conti los guía hasta una puerta en la muralla que ha sido abierta desde adentro y todos se precipitan al grito de: “¡Muera Bonifacio!¡Viva el Rey de Francia!”. Los jinetes, seguidos de la infantería, se despliegan en varios grupos por las angostas y empinadas calzadas. Van en derechura donde se yerguen los suntuosos palacios, pertenecientes a los Cardenales y al Papa, y varias Iglesias de espléndida ornamentación. El comandante de la guardia papal se une, junto con parte de los suyos, a las fuerzas intrusas y comienza el sitio al palacio de Bonifacio VIII, que apenas dispone de unos pocos hombres para resistir. Por una vez, la historia se invierte: el argumento es el mismo, los personajes semejantes; es la lucha del Espíritu contra las Potencias de la Materia, del Rey de la Sangre contra los Sacerdotes Golen, de los representantes del Pacto de Sangre contra los del Pacto Cultural; pero esta vez es el Rey de la Sangre quien triunfa sobre el Sacerdote Golen, sobre los exterminadores de la Sangre Pura, sobre los proclamadores de Cruzadas contra la Sabiduría Hiperbórea. Dentro de la suntuosa 191