Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 187

¨El Misterio de Belicena Villca¨ XIV para apreciar en su verdadera dimensión la innovación que significaba incluir junto a Nobles y Eclesiásticos a representantes de la clase plebeya; y ello no como un “derecho democrático”, arrancado por la fuerza a Tiranos sangrientos o a Reyes débiles, sino por el reconocimiento real de que el pueblo participa de la soberanía, tal como afirma la Sabiduría Hiperbórea. Naturalmente, en el tercer Orden, estaban representados los distintos estratos que integraban el pueblo de la Nación Mística: principalmente la nueva y pujante burguesía, formada por comerciantes, mercaderes y pequeños propietarios; los gremios de artesanos y constructores; los campesinos libres, etc. Destacada actuación en la organización de aquella primera Asamblea de los Tres Órdenes les cupo a los Señores del Perro, especialmente a los tres nombrados, Pierre Flotte, Robert de Artois y el Conde de Saint Pol. Pierre Flotte habló al parlamento en nombre del Rey, y sus palabras aún se recuerdan: –“El Papa nos ha enviado cartas en las que declara que debemos someternos a él en cuanto al gobierno temporal de nuestro Reino se refiere, y que debemos acatar no sólo la corona de Dios, como siempre se ha creído, sino también la de la Sede Apostólica. Conforme a esta declaración, el Pontífice convoca a los prelados de este Reino a un Concilio en Roma, para reformar los abusos que él dice han sido cometidos por nosotros y nuestros funcionarios en la administración de nuestros Estados. Vosotros sabéis, por otra parte, de qué modo el Papa empobrece la Iglesia de Francia al otorgar a su arbitrio beneficios cuyas recaudaciones pasan a manos extranjeras. Vosotros no ignoráis que las iglesias son abrumadas por demandas de diezmos; que los metropolitanos no tienen ya autoridad sobre sus sufragáneos; ni los Obispos sobre su clero; que, en una palabra, la corte de Roma, reduciendo a nada el episcopado, atrae todo hacia sí; poder y dinero. Hay que poner coto a estos desmanes. Os rogamos, por lo tanto, como Señores y como Amigos, que nos ayudéis a defender las libertades del Reino y las de la Iglesia. En lo tocante a nosotros, no dudaremos, de ser necesario, en sacrificar por este doble motivo nuestros bienes, nuestra vida y, de exigirlo las circunstancias, la de nuestros hijos”. La posición de Felipe el Hermoso fue apoyada en forma colectiva por los Estados Generales. Los Nobles y las Ciudades suscribieron sendas cartas en las que rechazaban con duros términos las acusaciones contra el Rey y denunciaban, a su vez, la intención del Papa de convertir al Reino en un feudo eclesiástico; las cartas fueron enviadas, no al Papa, sino al Sacro Colegio. Además, juraron defender con su sangre la independencia de Francia y declararon que, en relación a los asuntos del Reino, nadie había más Alto que el Rey, ni el Emperador ni el Papa. Los Cardenales, desde luego, desecharon considerar los cargos “por el modo descortés de referirse al Papa”; pero las relaciones se iban envenenando cada vez más. Durante la Asamblea, se habían hecho públicos los más atroces crímenes atribuidos a Bonifacio VIII: usurpación de investidura papal, asesinato, simonía, herejía, sodomía, etc.; y aquella falta de autoridad moral, de quien pretendía erigirse en Soberano Supremo, fue divulgada en todos los rincones del Reino por los publicistas de Felipe el Hermoso. El pueblo estaba entonces con su Rey y no reaccionaría adversamente frente a cualquier iniciativa que tuviese por finalidad limitar las ambiciones de Bonifacio VIII. En cuanto a los Obispos, se encontraban con el siguiente dilema: si concurrían al Concilio, serían considerados “enemigos personales” del Rey; podrían ser acusados de traición y, tal como le ocurriera al Obispo de Pamier, juzgados por tribunales civiles. Más, si no asistían, serían excomulgados por Bonifacio VIII. No obstante, pese a las terribles represalias que había prometido el Papa para los que no acudieran a Roma, la mayoría de los Obispos estaban de parte del Rey, a quien consideraban como un representante más digno de la Religión Católica: sólo los Golen y los espías de Felipe IV irían en Noviembre al Concilio; es decir, sólo irían 36 sobre un total de 78 Obispos franceses. Pero antes del Concilio, el 11 de Julio de 1302, un desgraciado suceso vino a enlutar la Corte Mística de Felipe el Hermoso: para sofocar la sublevación general que se había desatado en Flandes, Felipe envía un poderoso ejército de Caballeros, el que resulta aniquilado aquel día en la batalla de Courtrai; y en el campo de batalla quedan para siempre el invalorable Pierre Flotte, Robert de Artois, y el Conde de Saint Pol, tres Señores del Perro cuya actuación fue principal factor del éxito de la Estrategia de Felipe IV. Inmediatamente son promovidos otros Domini Canis aún más temibles que los tres difuntos: Guillermo de Nogaret, Enguerrand de Marigny y Guillermo de Plasian. 187