Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 184
¨El Misterio de Belicena Villca¨
imitando las medidas de Felipe en cuanto a exacción de diezmos eclesiásticos, y ahora se
aprestaba a desobedecer también la Clericis laicos y a incautarse de la totalidad de las
rentas de la Iglesia. Se comprenderá mejor el dolor de Bonifacio VIII si observamos los montos
de las rentas en cuestión: Italia aportaba 500.000 florines oro en diezmos papales; Inglaterra
600.000; y Francia, que venía reteniendo una parte destinada a la Cruzada contra Aragón,
200.000. Se trataba de un filón al que por nada del mundo se podía renunciar.
¿Para qué necesitaba Bonifacio VIII tales cantidades? En parte para financiar la guerra
con la que pensaba romper el cerco gibelino que se estaba desarrollando en Italia, donde aún
quedaba pendiente la cuestión siciliana; y en parte para enriquecerse él y su familia, ya que
Benedicto Gaetani estaba dotado con perfección de los rasgos del ambicioso ilimitado, del
trepador inescrupuloso, del tirano corrupto; valgan estos ejemplos: cuando accedió al papado
anuló inmediatamente las leyes y decretos de Nicolás IV y Celestino V que beneficiaban a los
Colonna, transfiriendo los títulos en favor de sus propios familiares; del Rey Carlos II obtuvo
para su sobrino el título de Conde de Caserta y varios feudos; para los hijos de éste, los de
Conde de Palazzo y Conde de Fondí; para sí mismo, se apropió del viejo palacio del
Emperador Octaviano, convertido entonces en la Fortaleza militar de Roma, al que restauró y
reedificó magníficamente, empleando para ello dinero de la Iglesia; igual procedimiento siguió
con otros castillos y fortalezas de Campania y Maremma, todos los cuales pasaron a integrar
su patrimonio personal; poseía palacios, a cual más bello, en Roma, Rieti y Orvieto, sus
residencias habituales, aunque el más bello y lujoso era sin dudas el de su ciudad natal de
Anagni, donde pasaba la mayor parte del año; vivía pues en un ambiente de lujo y esplendor
que en nada condecía con su condición de cabeza de una Iglesia que exalta la salvación del
Alma por la práctica de la humildad y la pobreza; carecía de escrúpulos para conceder cargos
y favores a cambio de dinero, es decir, era simoníaco; colocaba el dinero, suyo o de la Iglesia,
indistintamente, en manos de los banqueros lombardos o Templarios para ser prestado a
interés usurario; carecía de toda piedad cuando de alcanzar sus fines se trataba, cualidad que
demostró de entrada al hacer asesinar a Celestino V, y confirmó luego con las sangrientas
persecuciones de gibelinos que desató en Italia; y para completar este cuadro de su siniestra
personalidad, quizá baste con un último ejemplo: como todo Golen, Bonifacio VIII era afecto a
la sodomía ritual.
Por supuesto, así como los Golen no habían dispuesto de un Rey de la talla de Felipe IV
para oponer a éste, tampoco disponían de un San Bernardo para sentar en el solio pontificio:
Benedicto Gaetani era lo mejor que tenían y a él confiaban la ejecución de su Estrategia. Y la
mejor Estrategia parecía ser, frente a la dureza y valentía de Felipe IV, la de retroceder un
paso y prepararse para avanzar dos. Con otras palabras, se procuraría calmar al Rey
atemperando el sentido de la bula Clericis laicos, cosa que intentaría con otra bula,
Ineffabilis amor, del 21 de Septiembre de 1296, y se dedicarían todos los medios disponibles
por la Iglesia para acabar con la amenaza gibelina en Italia y Sicilia; y en cuanto al pretexto de
la guerra con Inglaterra, esgrimido por el Rey de Francia para justificar sus exacciones, se lo
neutralizaría obligando a las partes a pactar la paz; pura lógica: sin guerra, el Rey no tendría
motivos para exigir impuestos ni contribuciones al clero.
A Ineffabilis amor le siguen las bulas Romana mater ecclesiae y Novertis, en las que
ora amenaza al Rey con la excomunión, ora le manifiesta su total aprobación de los diezmos,
siempre y cuando el Reino se hallase realmente en peligro; pero lo que se destaca en todas
ellas es la soberbia con que se dirige al Rey, a quien considera un mero súbdito. Estas bulas
levantarían una ola de indignación en Francia, puesto que eran leídas públicamente por orden
del Rey, y predispondrían aún más a los Obispos franceses contra la intransigencia papal. Son
ellos quienes se reúnen en una asamblea en París y solicitan al Papa, el 1 de Febrero de
1297, la autorización para subvencionar a Felipe IV, que enfrenta en ese momento la traición
del Conde de Flandes. Este, en efecto, se había aliado al Rey de Inglaterra, que intentaba
recuperar la Guyena, y amenazaba el Norte de Francia. Bonifacio VIII debe ceder ante los
hechos y autorizar las contribuciones, quedando Clericis laicos en letra muerta.
En Abril de 1297, Bonifacio envía a París a los Cardenales Albano y Preneste portando
una nueva bula: en ella ordena a los monarcas en conflicto establecer una tregua de un año
mientras se pacta el tratado de paz definitivo; la negociación estaría a cargo del Papa. Felipe
los recibe, pero antes de permitir que lean el rescripto hace la siguiente advertencia: –“Decid al
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