Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 179
¨El Misterio de Belicena Villca¨
La guerra contra el Enemigo exterior inglés no sólo significaba un cambio de frente de la
política francesa sino que además aportaba un buen pretexto para iniciar la reforma
administrativa del Reino. Esta reforma, largamente planeada por los legistas Domini Canis,
debía comenzar necesariamente con la separación financiera de la Iglesia y el Estado:
esencialmente, habría que controlar las rentas eclesiásticas, que habitualmente se giraban a
Roma fuera de toda fiscalización. Paralelamente, se sancionaría un sistema impositivo que
asegurase la continuidad de las rentas reales. El pretexto consistía en la autorización que los
Papas habían concedido a Felipe III y Felipe IV para gravar con un diezmo las rentas de la
Iglesia de Francia a fin de costear la Cruzada contra Aragón: si bien en 1295 la paz con
Aragón estaba concertada, un año antes estallaba la guerra con Inglaterra dando ocasión a
Felipe de proseguir con las exacciones. Aquello no era legal; sin embargo pronto lo sería
merced a una ley real de fines de 1295 que imponía al clero de Francia la contribución forzosa
de un “impuesto de guerra” sobre sus rentas.
Antes de ver la reacción de la Iglesia Golen, merece un comentario aparte la actitud que
había asumido el Papa Golen Martín IV cuando puso en entredicho los Reinos de Pedro III: en
ella se aprecia claramente el gran odio que alimentaba hacia la Casa de Suabia. El caso es
que aquel imponente ejército, que Felipe III llevó hasta Cataluña, no sólo se financió con el
diezmo de la Iglesia de Francia: Martín IV suspendió la Cruzada que por entonces planeaba
Eduardo I de Inglaterra a Tierra Santa, para derivar contra Aragón el diezmo del clero inglés.
Pero además gastó íntegras las sumas con que Cerdeña, Hungría, Suecia, Dinamarca,
Eslavonia y Polonia, habían contribuido para auxiliar a los Cristianos de Palestina. Esperando
vanamente los socorros de Europa, las plazas de Oriente no tardarían en caer en poder de los
sarracenos: en 1291, San Juan de Acre, el último bastión cristiano, cedía frente al Emir de
Egipto Melik-el-Ascraf. De esta manera, dos siglos después de la primer Cruzada, y dejando
ríos de sangre tras de sí, concluía la existencia del Reino Cristiano de Jerusalén. La Orden del
Temple, sin la necesidad ya de simular el sostenimiento del “ejército de Oriente”, quedaba libre
para dedicarse a su verdadera misión: afirmarse como la primera potencia financiera de
Europa, mantener una milicia de Caballeros como base de un futuro ejército europeo único, y
propiciar la destrucción de las monarquías en favor del Gobierno Mundial y la Sinarquía del
Pueblo Elegido.
Luego de las muertes de Martín IV y Felipe III, el Papa Honorio IV prosiguió otorgando
diezmos a Felipe el Hermoso con la esperanza de que éste diese cumplimiento a la Cruzada
contra Aragón. Igual criterio adoptaría Nicolás IV, desde 1288 hasta 1292, que era partidario
de los angevinos pese a pertenecer a una familia gibelina; no obstante, favoreció a la familia
Colonna, nombrando Cardenal a Pedro Colonna; fundó la Universidad de Montpellier, donde
enseñaría leyes Guillermo de Nogaret; y puso bajo la jurisdicción directa del Trono de San
Pedro a la Orden de los Franciscanos menores; la caída de San Juan de Acre le produjo gran
consternación y publicó una Cruzada para enviar socorro a los Cristianos e intentar la
reconquista; se encontraba trazando esos planes cuando falleció a causa de una epidemia que
diezmó la ciudad de Roma. Al morir aquel Papa, que representaba una alentadora promesa en
los proyectos del Rey de Francia, los Cardenales huyeron en su mayoría hacia Rieti, en
Perusa, dejando abandonada la Santa Sede por más de dos años: durante ese intervalo el
solio pontificio quedaría vacante. Aparentemente, los doce Cardenales, seis romanos, cuatro
italianos, y dos franceses, no lograban ponerse de acuerdo para elegir a un nuevo Papa, pero,
en realidad, la demora obedecía a una hábil maniobra de Felipe IV y los Señores del Perro.
Los Golen habían favorecido la presencia francesa en Italia porque tenían a la Casa de
Francia por incondicionalmente güelfa: jamás previeron que de su seno saldría un Rey
gibelino. Tal confianza se vio recompensada en principio por la terrible represión que Carlos de
Anjou descargó sobre el partido gibelino y los miembros de la Casa de Suabia. Y estos
“servicios” tuvieron el efecto de aumentar la influencia francesa en los asuntos de Roma.
Felipe IV sabría aprovecharse de esa situación para preparar secretamente la resurrección del
partido gibelino. Sus principales aliados serían los miembros de la familia Colonna, y el
cardenal Hugo Aicilin, quienes se comunicaban con él por medio de Pierre de Paroi, Prior de
Chaise, que era Señor del Perro y agente secreto francés: a todos se les habían ofertado ricos
Condados franceses a cambio de apoyo en el Sacro Colegio. El apoyo consistía, desde luego,
en impedir que fuese elegido un Papa Golen o, en el mejor de los casos, nombrar un domínico.
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