Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 180
¨El Misterio de Belicena Villca¨
La de los Colonna era una familia de nobles romanos que durante varios siglos tuvieron
mucho peso en el Gobierno de Roma y en la Iglesia Católica. Poseían una serie de Señoríos
en la región montañosa que va desde Roma a Nápoles, de suerte que casi todos los caminos
hacia el Sur de Italia pasaban por sus tierras. En esos días, había dos Cardenales Colonna: el
anciano Jacobo Colonna, patrono de la Orden de los Franciscanos Espirituales, y su sobrino,
Pedro Colonna. El hermano mayor de Pedro, Juan Colonna, en el mismo período, fue Senador
y Gobernador de Roma. Ocioso es decir que esta familia constituía un Clan poderoso, que
formaba partido con otros Señores, Caballeros y Obispos; tal partido se hallaba enfrentado,
con mucha fuerza, contra el segundo Clan importante, el de los Orsini o Ursinos, quienes eran
decididamente güelfos y estaban controlados por los Golen. Ambos grupos dominaban a los
restantes Cardenales que debían decidir en la elección papal; hasta ese momento, las
posiciones se hallaban empatadas, optando los Colonna por trabar todos los intentos de los
Golen y proponer, a su vez, a miembros de su propio Clan.
Pero la Iglesia Católica era en esa Época, una organización extendida por todo el Orbe,
poseedora de miles de Iglesias y Señoríos vasallos que canalizaban hacia Roma cuantiosas
sumas de dinero y valiosas mercancías; su administración no podía quedar mucho tiempo a la
deriva. Así las cosas, luego de dos años y tres meses de discusiones, la situación se tornó lo
suficientemente insostenible como para exigir la elección sin más dilaciones. Entonces, visto
que no iba a surgir acuerdo para nombrar Papa alguno de los Cardenales presentes, se
conviene en designar a un no purpurado. Los dos grupos piensan en un testaferro, un Papa
débil cuya voluntad pueda ser dirigida en secreto. Y entonces, el 5 de Julio de 1294, se
alcanza la unanimidad de los votos, optando todos por Pedro de Murrone, un Santo ermitaño
de ochenta y cinco años que vivía retirado en una caverna de los Abruzos.
Los Franciscanos Espirituales, dirigidos por Jacobo Colonna, habían retomado la antigua
tradición monástica inspirados en la Regla de San Francisco y en la visión apocalíptica de
Joaquín de Fiore. Treinta años antes, Pedro era guía de varias comunidades de Franciscanos
Espirituales, mas, no satisfecho aún con el extremo rigor de la Orden, fundó la suya propia,
que luego sería recordada como la “Orden de los Celestinos”. Sin embargo, pese a que los
monasterios Celestinos se extendían continuamente por la región de los Abruzos y la Italia
meridional, Pedro se había retirado a una cueva del Monte Murrone para dedicarse a la vida
contemplativa; se hallaba en aquel retiro cuando tuvo noticias de su nombramiento para el
cargo de Papa: dudaba sobre la conveniencia de aceptar pero fue convencido por Carlos II el
Cojo, hijo de Carlos de Anjou, quien, liberado de la prisión catalana reinaba entonces en
Nápoles. Al fin, Pedro aceptó la investidura papal y tomó el nombre de Celestino V: toda la
cristiandad saludó alborozada la entronización del Santo, de quien esperaban que pusiese
freno al materialismo y la inmoralidad reinante en la jerarquía eclesiástica y abriese la Iglesia a
una reforma espiritual. Se entiende pues, que para los Colonna, y para Felipe IV, aquella
elección tuviese sabor a triunfo.
Pero Pedro de Murrone carecía de toda instrucción y de los conocimientos necesarios
para administrar una institución de las dimensiones de la Iglesia Católica; su única experiencia
de gobierno provenía de la conducción de pequeñas comunidades de Frailes. Además, al
Santo no le interesaban esos asuntos mundanos sino las cuestiones relativas a la religión
práctica: la evangelización, la oración, la salvación del Alma. Delegó, así, en los Cardenales, y
en un grupo de Obispos legistas, las cuestiones temporales, formándose un entorno corrupto e
interesado que en cuatro meses sumió a la Iglesia en un gran desorden económico.
Los Golen, como es lógico, también esperaban controlar a Pedro de Murrone; confiaban
sobre todo en el Rey de Nápoles, a quien Pedro profesaba especial afecto: suponían que
Carlos II no respaldaría las intrigas de su primo Felipe el Hermoso y proseguiría la política
güelfa de Carlos de Anjou; con la ayuda del Rey sería fácil conseguir que el Papa sancionase
como propias las medidas propuestas por Ellos. Y contaban, aparte, con un sorprendente
secreto: un Cardenal, Benedicto Gaetani, procedente de una familia gibelina y abiertamente
enrolado en la causa de Francia, era uno de los suyos. Este Golen, Doctor en Derecho
Canónico, Teólogo y experto en Diplomacia, se situaría cerca del Santo sin despertar las
sospechas de los Colonna, contra quienes alimentaba en su interior mortales deseos.
Conviene destacar ahora dos de los cambios introducidos por Celestino V a instancias de
Carlos II. Aumentó el número de Cardenales nombrando otros doce, la mayoría italianos y
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