Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 168
¨El Misterio de Belicena Villca¨
previo para que un Rey de la Iglesia fuese elevado al trono de un Gobierno Mundial,
apoyado por la Sinarquía Financiera Templaria, y preparase los medios para instaurar la
Sinarquía Universal.
En ese plan, evidentemente, los Golen subestiman a Pedro III. En verdad, todos se
equivocan con el aragonés pues ignoran la fuerza espiritual que ha desarrollado por influencia
de Juan de Prócida y los Domini Canis. Mas éste pronto da muestras de poseer un valor a
toda prueba; una intrepidez sin límites; una lealtad inquebrantable hacia los principios de la
Sabiduría Hiperbórea, esto es, a la herencia de la Sangre Pura de su Estirpe, que le concede
el derecho divino de reinar sin pedirle cuenta a nadie más que a Sí Mismo; y un monolítico
sentido del Honor, que le dicta su Espíritu, y que lo impulsa a luchar hasta la muerte por su
ideal, sin claudicar jamás. Formidable enemigo es el que han desafiado esta vez los Golen.
La puñalada por la espalda significaba comprometer al Reino de Aragón en una guerra
con Francia, lo que Pedro III justamente procuraba evitar. Creen los Golen que la presencia de
Pedro III en Aragón dejará la plaza de Sicilia libre a Carlos de Anjou para consumar una nueva
ocupación. Pero la isla, protegida por la armada catalana, se ha convertido en una Fortaleza
inexpugnable: Pedro III se retira tranquilamente a Aragón en 1283 dejando la defensa en
manos del temerario y afortunado almirante Roger de Lauría. Carlos de Anjou posee la
segunda flota importante del Mediterráneo, financiada por la Orden cisterciense de Provenza,
por el Reino de Nápoles, y por el Papa, pero no acierta a plantear una táctica coherente para
enfrentar a Roger de Lauría, quien en sucesivos choques la irá destrozando inexorablemente.
Luego de hundir algunas naves y capturar otras, se apodera de las islas de Malta, Gozo y
Lípari; después se dirige a Nápoles y tiende una celada a los franceses mostrando sólo una
parte de su escuadra. Carlos de Anjou está ausente y su hijo, Carlos el Cojo, Príncipe de
Salerno, decide responder al desafío pensando en una fácil victoria: se lanza entonces en
persecución de los catalanes con todas las galeras disponibles, chocando a poco con el resto
de la armada enemiga. Fue aquélla la más importante batalla naval de la Época, en la que
Roger de Lauría echó a pique gran número de galeras francesas, capturó otras tantas, y sólo
muy pocas lograron escapar. Esta suerte no tuvo la nave capitana, que fue capturada por
Roger en persona y en la que se encontraban Carlos el Cojo, Jacobo de Brusón, Guillermo
Stendaro, y otros valerosos Caballeros provenzales e italianos. El hijo de Carlos de Anjou es
llevado prisionero a Sicilia, donde todos reclaman su ejecución en venganza por la muerte de
Conradino; sin embargo, ¡Oh misterio de la nobleza espiritual hiperbórea!, es la Reina
Constanza quien lo salva y manda que lo confinen en Barcelona.
Días después de la derrota de su hijo llega Carlos de Anjou a Gaeta mas no se atreve a
atacar a los españoles; esa indecisión es aprovechada por Roger para asolar la guarnición de
Calabria y hacerse de varias plazas continentales; en corto tiempo Sicilia dispone de un
Gobernador en Calabria que amenaza, ahora por tierra, el dominio francés de Nápoles. Mas,
cuando Carlos se decide enviar el resto de su armada a las costas de Provenza, para apoyar
el avance del Rey de Francia, sus naves son tomadas entre dos fuegos frente a Saint Pol y
derrotadas completamente por Roger de Lauría: ese desastre, que costó siete mil vidas
francesas, representó el fin del poderío naval napolitano de Carlos de Anjou.
A todo esto, Martín IV descarga en 1284 el golpe que, piensa, será mortal para el
aragonés: mediante una Bula ofrece las investiduras de Aragón, Cataluña y Valencia al Rey de
Francia para uno de sus hijos no primogénito. Acepta Felipe III en nombre de su hijo Carlos de
Valois y se apresta a invadir Aragón. La gigantesca empresa guerrera será financiada ahora
por toda la Iglesia de Francia. Y, como en tiempo de los Cátaros, Martín IV publica una
Cruzada contra el excomulgado Rey de Aragón: las órdenes benedictinas, cluniacense,
cisterciense y Templaria, agitan a Europa entera llamando a combatir por Cristo, a cruzarse
contra la abominable herejía gibelina de Pedro III. Pronto Felipe III, que es también Rey de
Navarra, reúne en ese país un ejército integrado por doscientos cincuenta mil infantes y
cincuenta mil jinetes, formado principalmente por franceses, picardos, tolosanos, lombardos,
bretones, flamencos, borgoñones, provenzales, alemanes, ingleses, etc.
Con el concurso de cuatro monjes tolosanos que revelan a Felipe III un paso secreto por
los Pirineos, los Cruzados invaden Cataluña en 1285. Rodeando al Rey, y animándolo
permanentemente, van los principales Golen cistercienses, que consideran esa guerra
cuestión de vida o muerte para sus planes de dominación mundial: difícilmente aquel Rey, que
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