Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 150
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Cumpliréis vuestro trabajo y luego os enclaustraréis de por vida en un Monasterio de clausura.
¡Y ni se os ocurra desobedecer nuestro mandato pues la Tierra será chica para ocultar vuestra
traición! No obstante, no confiamos en vos y seréis vigilado día y noche desde ahora. ¡Pero
debéis saber, criatura mortal, que ni la Muerte os podrá librar de Nosotros, pues a los
mismísimos infiernos iremos a castigarte! ¿Habéis comprendido los riesgos que corréis?
El pobre monje se había arrojado al suelo, a los pies de Bera, y temblaba como un perro
asustado. –”N...no o…osaría traicionaros” –balbuceaba, sin levantar la mirada de los pies de
Bera, sin atreverse a ver nuevamente la amenaza mortal de sus ojos.
–Más vale que digáis la verdad –dijo con ironía aquel Rey de la Mentira, que era Bera–.
¡Levantaos, perro! –ordenó con dureza– y observad la página de este libro abierto.
¿Qué veis en ella?
Los cuatro sacerdotes se miraron entre sí, asombrados de que los Inmortales mostrasen al
monje escultor, que no era ni Teólogo ni Cabalista, y mucho menos Iniciado, un dibujo secreto
del Sepher Icheh.
Tratando de serenarse, el imaginero se apoyó con sus dos manos en el borde de la mesa
rampa y observó la hoja indicada. Lo que vio, pronto le hizo olvidar los amargos minutos
anteriores y, él se lo repetiría para sí mismo toda la vida, lo recompensó de los sufrimientos
padecidos hasta entonces. Por primera vez se sintió libre de culpas, sin pecado, perdonado
por una Piedad que venía de adentro del Alma, como si el Alma participase de un Jubileo
Divino: y quien inspiraba esa sensación de libertad anímica, esa seguridad de ser aprobado
por Dios y amado por Cristo, era la Más Bella y Majestuosa imagen de la Madre de Dios que el
monje viera nunca; porque, desde luego, aquella Señora estaba viva; mientras sostenía al
niño en sus brazos, la Madre lo miró fugazmente, y fue en ese instante que él se sintió
perdonado, en paz, como si Ella le hubiese dicho –Anda, hijo de Dios, que yo intercederé para
que el Rigor de Su Ley, no sea recalcitrante contigo. ¡Cumple tu misión y retrátame como me
ves, en la Plenitud de Mi Santidad, para que los hombres vean también el Milagro que tú ves;
cumple con todo tu talento y el Gran Rostro de Dios te sonreirá!
–¡Es tan Bella! –gritó el escultor, completamente alucinado–. Sólo unas manos guiadas
por la Gracia de Dios, y una piedra bendecida por el Altísimo, podrían realizar la Obra que se
me pide. ¡Pero Yo pondré mis manos al Servicio de Dios, y Vosotros, que sois poderosos, me
proveeréis de la mejor piedra de alabastro del Mundo!
Y desplegando el pergamino junto al libro, se puso a dibujar febrilmente el retrato de una
Virgen con el Niño de novedosas características. Los cuatro Sacerdotes lo miraban
sorprendidos, pues era evidente que su visión no provenía del libro Sepher Icheh, por lo
menos de la hoja que estaba a la vista, sino de otra realidad, de un Mundo Celeste que se
había abierto ante sus ojos y le había revelado la Señora de su inspiración.
Con inusitada paciencia, los Inmortales aguardaron una larga hora hasta que el monje
pareció retornar a la realidad: sobre la mesa, se hallaba completada la síntesis gráfica de la
visión sobrenatural.
–Eminencias: ahora comprendo Vuestras reservas –dijo el tallista, aún emocionado–.
–Vosotros, indudablemente con la autorización del Señor, me habéis permitido asomarme
al Cielo y contemplar a la Madre Santísima. Tened por seguro que aunque siempre lo
recuerde, y quede mi Obra como testimonio de esta visión, jamás saldrá de mi boca el origen
de la misma. ¡Como lo habéis advertido al comienzo, os respondo de ello con mi vida! Empero
–aquí entrecerró los ojos y reflexionó en voz alta, para sí mismo– ¿qué es la Muerte, frente a la
posibilidad aún más aterradora de perder el favor de la Madre de Dios, de fallarle a Ella?
¡Cumpliré! –dijo ahora gritando– ¡Oh, sí. Cumpliré. Por Ella Cumpliré!
–¿Os creéis capaz de tallar la estatua que necesitamos? –interrogó Birsa, sin muchas
contemplaciones por el estado místico del monje escultor.
–¡Oh sí! ¡Pondré todo mi Arte, y la Inspiración Divina que ahora me embarga, para dar el
acabado más perfecto a esta imagen! –y señalaba los dibujos esbozados a carbonilla sobre el
fino cuero del pergamino.
En estos se exponía una Madre Sublime, dotada de un bello rostro de rasgos israelitas y
vestido de igual nacionalidad, cubierta la cabeza con una mantilla larga, hasta más abajo de la
cintura, y sosteniendo al Niño con la mano izquierda, mientras en la derecha portaba un cetro
coronado con Granada. El cuerpo de la Madre daba la impresión de estar levemente
150