Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 129
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Pero la sangre es única para cada Estirpe. Por eso la consecuencia buscada por la magia
negra de los Inmortales consistía en la propagación de aquella trasmutación a los restantes
miembros de la Estirpe, a los que participaban de esa sangre maldita, es decir, a los Señores
de Tharsis. Repitiendo lo dicho antes, si se ha de juzgar el Ritual de los Inmortales Golen por
los catastróficos efectos producidos en la Casa de Tharsis, habrá que convenir en que
ocultaba un gran secreto referente al poder del sonido, al significado de las palabras, y a la
función del Dorché. Porque, en el mismo momento en que el lago de sangre viró de color y se
trasmutó en brea negra, el noventa y nueve por ciento de los miembros de la Casa de Tharsis
exhaló el último suspiro: sólo sobrevivieron los Hombres de Piedra, vale decir, aquellos que
habían trasmutado su naturaleza humana con el Poder del Espíritu. Desde luego, entre ellos
estaban el Noyo y la Vraya, pero ambos muy viejos para procrear nuevos miembros de la
Estirpe. Sin embargo, a cientos de kilómetros de allí, otros Hombres de Piedra vivían aún y se
encargarían de hacer cumplir la misión familiar. Del resto de la Casa de Tharsis, no quedó
nadie vivo para contarlo.
Los centinelas almogávares que custodiaban el vivaque del Conde de Tarseval
comenzaron a inquietarse apenas percibieron el zumbido; no podrían decir cuándo se inició,
pero lo cierto es que había ido creciendo y ahora llenaba todo el valle; empero, al tornarse
audible, los rudos guerreros creían reconocer, insólitamente, aquel sonido: era el tono exacto,
el sonido oscilante de un enjambre de abejas, pero amplificado tremendamente por alguna
causa espantosa y desconocida. Mas el zumbido, pese a ser sorprendentemente anormal y
haber cobrado la intensidad capaz de producir aturdimiento, pronto fue olvidado. Los
centinelas, en efecto, advirtieron que algo grave ocurría pues un alarido aterrador quebró la
continuidad de aquella impresionante vibración; mas tal grito no provenía de afuera sino de
adentro del vivaque y no consistía en uno sino en multitud de lamentos que habían coincidido
en un instante: el instante en que el agua del lago subterráneo se trasmutó en la sangre de los
Señores de Tharsis. Entonces todos los miembros de la Estirpe experimentaron un calor
abrasador mil veces más potente que el Fuego Caliente de la Pasión Animal: y gritaron al
unísono. Pero nadie alcanzaría a socorrerlos ya que minutos después morirían “en el mismo
momento en que el agua del lago se transformó en brea negra”.
En cuestión de minutos cesó el zumbido por completo y un silencio sepulcral se apoderó
del valle. Y entonces comenzó la locura para los escasos doscientos sobrevivientes del
ejército del Conde Tarseval: todos ellos eran almogávares oriundos de la región de Braga, es
decir, de Raza celta. Al principio el espanto los había paralizado, mas aquellos temibles
guerreros no eran propensos a huir en ninguna circunstancia; el amanecer, en cambio, los
sorprendió deliberando agrupados en el centro del campamento: según las costumbres, ante
la ausencia de los Señores o Caballeros, elegirían un Adalid entre los suyos. Ese cargo recayó
en un sujeto que era tan valiente en la guerra como corto de luces fuera de ella, conocido
como Lugo de Braga. Aquel jefe se hallaba tan perplejo como el resto por la súbita mortandad
y, luego de una prolija inspección por todas las tiendas y lugares donde habían fallecido los
guerreros, dedujo que la causa del mal era una peste desconocida: los cadáveres, en efecto,
no presentaban hasta el momento señal alguna que delatase qué clase de peste había
causado la muerte, mas ¿qué dudas cabían de que se trataba de una peste? ¡sólo una peste,
de acuerdo al criterio de la Época, era capaz de matar de esa manera! Naturalmente, en la
Edad Media la peste era temida como el peor enemigo, fuera de aquellos que los Señores
señalaban como tales y había que enfrentar.
Los soldados habrían escapado entonces, a no ser por la comprometedora presencia de
tantos Nobles muertos; no podían abandonar impunemente al Conde de Tarseval porque
serían perseguidos por toda España; pero tampoco se podía transportar un cadáver
contaminado de peste; lo correcto, explicó Lugo, era vencer el miedo y dar cristiana sepultura
a los muertos. Así, dominando el temor al contagio que los embargaba, los bravos
almogávares fueron alineando los ochocientos cincuenta cadáveres que iban a descender al
sepulcro; planeaban excavar tres tipos de tumbas: una fosa común para los almogávares, otra
igual para los villanos, y tumbas individuales para los Caballeros. Se encontraban entregados
a esa tarea, y a confeccionar las cruces, y a empacar lo que convenía regresar al cuartel,
cuando alguien descubrió la licuefacción de los cadáveres y lanzó el primer grito de terror: ¡pix
picis! ¡pix picis!, es decir, ¡la pez! ¡la pez! En contados segundos corrieron todos junto a los
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