Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 128
¨El Misterio de Belicena Villca¨
allí que el Conde Odielón decidiese marchar hacia Aracena por un sendero de cornisa que
sólo conocían los Señores de Tharsis, y que pasaba por aquel pequeño valle donde iban a
acampar las horas nocturnas para caer por sorpresa al amanecer. Pero el amanecer nunca
llegaría para aquellos Señores de Tharsis.
Serían las once de la noche cuando Bera y Birsa se aprestaron a consumar el Ritual
satánico. El Noyo yacía junto a la orilla del lago subterráneo, con vida aún pero desvanecido a
causa de la tortura recibida y de las múltiples mutilaciones sufridas: a esa altura había perdido
las uñas de manos y pies, los ojos, las orejas y la nariz; y, como último acto de sadismo y
crueldad, acababan de cortarle la lengua “en premio a su fidelidad a la Casa de Tharsis y a los
Atlantes blancos”. Curiosamente no le aplicaron tormento en los órganos genitales, quizás
debido a la devoción que aquellos Sacerdotes sodomitas profesaban por el falo.
Pese a que las cuarenta y nueve velas, de los siete candelabros, iluminaban bastante la
Cueva de Odiel, el aspecto de los seis personajes que se hallaban presentes era sombrío y
siniestro: el Abad de Claraval, el Gran Maestre del Temple, y los dos Preceptores Templarios,
estaban envueltos en un aire taciturno y fúnebre; su inmovilidad era tan absoluta que hubiesen
pasado por estatuas de piedra, si no fuese porque el brillo maligno de sus ojos delataba la vida
latente. Pero quienes realmente infundirían terror en cualquier persona no avisada que tuviese
la oportunidad de presenciar la escena, eran los Inmortales Bera y Birsa: estaban vestidos con
unas túnicas de lino, ahora espantosamente manchadas por la sangre del Noyo, y tenían
puesto pectorales de oro tachonados con doce hileras de piedras de diferente clase; pero lo
que impresionaría al testigo no sería la vestimenta sino la fiereza de su rostros, el odio que
brotaba de ellos y se difundía en su torno como una radiación mortífera; pero no vaya a
creerse que el odio crispaba o contraía el rostro de los Inmortales: por el contrario, el odio era
natural en ellos; no se distinguiría en las caras de Bera y Birsa ni un gesto que indicase por sí
solo el odio atroz e inextinguible que experimentaban hacia el Espíritu Increado, y hacia todo
aquello que se opusiera a los planes de El Uno, pues los suyos eran, íntegros, completos en
su expresión, los Rostros del Odio. Un odio que ahora cobraría sus víctimas sacrificiales, la
ofrenda que Jehová Satanás reclamaba.
El Ritual, si se juzgaba por los actos de Bera y Birsa, fue más bien simple; pero si se
consideran los efectos catastróficos producidos en la Casa de Tharsis, habrá que convenir que
aquellos actos eran el término de causas profundas y complejas, la manifestación desconocida
del Poder de “Ruge Guiepo”. Así se desarrolló el Ritual: mientras Bera sostenía el Dorché con
la mano izquierda, y el brazo estirado a la altura de los ojos, Birsa levantaba la cabeza del
Noyo tomando un puñado de cabello con la mano derecha y colocando un cuchillo de plata
sobre su oído con la mano izquierda; dispuesta de ese modo la escena ritual, la cabeza de
Godo de Tharsis estaba suspendida a unos escasos centímetros del espejo de agua;
entonces, en una acción simultánea, evidentemente convenida de antemano, Bera pronunció
una palabra y Birsa degolló al Noyo de un hábil tajo en la garganta; en verdad, la punta del
cuchillo había estado apoyada en el oído izquierdo del Noyo y, al sonar la palabra de Bera,
describió una curva perfecta que seccionó la garganta y concluyó en el oído derecho:
literalmente, el Noyo fue degollado “de oreja a oreja”; la sangre brotó a chorros y se fue
mezclando con el agua en tanto Bera seguía recitando otras palabras sin mover el Dorché;
poco a poco ocurrió el primer milagro: el agua, que apenas se iba tiñendo con la sangre,
comenzó a enrojecer y a espesarse hasta que todo el lago pareció ser un inmenso coágulo;
para entonces, una luminosidad rojiza era despedida por el agua en forma de vapor, un
resplandor intenso, semejante al que emitiría un inmenso horno incandescente; cuando toda el
agua se hubo convertido en sangre, esto es, cuando ya no caía ni una gota del cuerpo
exangüe de Godo de Tharsis, Bera bajó el Dorché y apuntó hacia el lago al tiempo que
profería un espeluznante grito: entonces el color del lago viró del rojo al negro y su substancia
se transformó en una especie de pez o alquitrán oscuro; y allí concluyó el Ritual. Cabe agregar
que tal substancia, semejante a la pez, no era otra cosa más que una síntesis orgánica de un
cadáver humano, como se obtendría tras un período de evolución geológico de millones de
años, pero acelerado en un instante con el Poder maravilloso del Dorché. Aquella pez negra
era, pues, la esencia de la muerte física, el último extremo de lo que ha sido la vida y que se
encuentra escrito potencialmente en el mensaje de la sangre.
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