Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 127
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Si algún día decide visitar Huelva, apreciado Dr. Siegnagel, seguramente querrá conocer
la Caverna de las Maravillas y las Ruinas del Castillo Templario, en Aracena. Para ello tomará
la carretera que pasa por Valverde del Camino, muy cerca del emplazamiento antiguo de la
Casa de Tharsis, y llega hasta Zalamea la Real; allí es necesario bifurcarse por una carretera
secundaria que va subiendo hasta las Minas de Río Tinto, que fueron explotadas en tiempos
remotos por los iberos, y veinte kilómetros después llega hasta Aracena. Desde luego, no hay
ninguna razón turística que justifique el tomar por otro camino, a menos que se desee viajar
por mejores carreteras y se continúe en Zalamea la Real hacia Jabugo, donde aquélla se
empalma con la amplia ruta que va desde Lisboa a Sevilla y sigue el antiguo trazado romano
por el que llegaron Bera y Birsa. Pero si ese no es el motivo y desea uno meterse en
complicaciones innecesarias, entonces puede ir por este último camino y prepararse para
tomar una pequeña calzada de Tierra, cuyo desvío se encuentra a unos dos kilómetros
después del puente sobre el Río Odiel. Allí es preciso conducir con cautela pues el sendero
está habitualmente descuidado, cuando no completamente intransitable; se suceden un par de
aldeas de nombre incierto y algunas granjas poco prósperas, habitadas por gente hostil a los
extranjeros: si a alguien se le ocurre internarse por aquellos parajes deberá ir dispuesto a todo
pues ninguna ayuda podría esperar de sus pobladores; ¡parece mentira, pero setecientos años
después aún perdura el temor por lo sucedido en los momentos que estoy refiriendo! No es
exageración, en toda la región se percibe un clima lúgubre, amenazador, que se acentúa a
medida que se avanza hacia el Norte; y los aldeanos, cada vez más hostiles o francamente
agresivos, conservan numerosas leyendas familiares sobre lo ocurrido en los días de la Casa
de Tharsis, aunque se cuidan muy bien de hacerlas conocer a los extraños. El temor radica en
la posibilidad de que la historia se repita, en que vuelva a caer sobre el país el terrible castigo
de aquellos días. Por eso no hay que trabar conversación con ellos, y mucho menos hacer
alguna pregunta concreta sobre el pasado: eso sería un suicidio; luego de estremecerse de
terror el interrogado, sin dudas, montaría en cólera y atraería con sus gritos a otros aldeanos; y
entonces, si no consigue escapar a tiempo, sería atacado entre todos y tendría suerte si logra
salvar la vida.
Después de recorrer unos dieciocho kilómetros, muy cerca ya de Aracena, se arriba a un
diminuto valle elevado, situado en el corazón de la Cadena de Aracena. Existe allí una aldea a
la que hay que atravesar muy rápido para evitar las pedradas de los niños o algo peor; es un
pueblo del siglo XV y no parece haber evolucionado mucho desde entonces: la mayoría de las
casas son de piedra, con las aberturas enmascaradas en madera trabajada a hacha, y tejados
de pizarra despareja; y muchas de tales viviendas se encuentran deshabitadas, algunas
totalmente destruidas, mostrando que una creciente decadencia y despoblación afecta a la
aldea, y que sólo la tenacidad de las familias más antiguas ha impedido su extinción. Su
nombre, “Alquitrán”, le fue impuesto en aquella Época y constituye una especie de maldición
para los pobladores, que no consiguieron jamás sustituirlo por otro debido a la persistencia
que tiene entre los habitantes de las aldeas vecinas. El origen del nombre está dos kilómetros
más adelante, casi al terminar el valle, donde un descolorido cartel expresa en latín y
castellano “Campus pix picis”, “Campo de la pez”.
Lógicamente, es inútil buscar la pez allí porque tal denominación procede del siglo XIII,
cuando sí hubo mucha pez en ese campo, o por lo menos algo que se le parecía: de allí el
nombre del cercano poblado de mineros, quienes al fundarlo en el siglo XV tuvieron que
soportar el tenebroso nombre que le impusieron sus vecinos y acabaron por aceptarlo con
resignación. Mas ¿de dónde había salido la pez que caracterizó aquel valle perdido entre
montañas desiertas? Esa pez, ese alquitrán, Dr. Siegnagel, es todo lo que quedó del ejército
que el Conde de Tarseval levantó para atacar el Castillo de Aracena y rescatar a su hijo Godo.
En aquel valle, en efecto, el Conde Odielón acampó con sus tropas que ascendían a más
de mil efectivos; cincuenta caballeros, quinientos aguerridos almogávares, y quinientos
hombres de la Villa. Más que suficiente para atacar y arrasar al Castillo Templario que sólo
contaba con una guarnición de doscientos Caballeros; aunque los Templarios tenían fama de
luchar tres a uno, nada podrían con fuerzas que los quintuplicaban. Todo lo que se requería
para acabar con la amenaza Templaria, y rescatar a Godo si aún estaba con vida, era evitar
que el Castillo recibiese refuerzos, y para eso sería fundamental dominar el factor sorpresa. De
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