Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 121
¨El Misterio de Belicena Villca¨
y Vriato, que resistió en ella a las legiones romanas, la denominaba Erisana. Para los árabes
fue Dar Hazen y, a causa de la horrible comida que los sarracenos hicieron cuando los
cristianos tomaron por sorpresa la villa, la Caracena mora.
A partir de 1259, se despacharon tropas hacia Aracena desde muchas plazas de España y
aún de Francia, de suerte que durante la construcción del Castillo permanecieron acampados
2.000 Caballeros asistidos por tres mil hermanos sirvientes. Aquellas fuerzas se distribuyeron
alrededor de las Colinas y ejercieron una rigurosa vigilancia para impedir que los pobladores
cercanos, de Cortegana, Almonaster la Real, Zalamea la Real, u otras ciudades, pudiesen
acercarse y observar las obras. Los Compañeros de Salomón, el gremio masón controlado por
el Cister, concurrió a solicitud del Gran Maestre pues, aunque la Orden del Temple contaba
con su propia división especializada en construcciones militares, “esta” fortaleza tendría algo
diferente. En primer lugar, debía poseer una gran iglesia; y en segundo término, esa iglesia
tendría que tener una entrada secreta que comunicase sus naves con la Cueva subterránea:
era imprescindible así el concurso del Colegio de Constructores de Templos.
El Colegio encomendó la edificación de la iglesia al Maestro Pedro Millán. Este fue
autorizado por el feroz Papa Golen Alejandro IV, el mismo que en esos momentos
excomulgaba a Manfredo de Suabia y procuraba el exterminio de los Hohenstaufen y la ruina
del partido gibelino, a consagrar la iglesia al culto de la Virgen Dolorosa. Tal advocación,
desde luego, no era casual sino que obedecía al plan Golen de sustituir a la Virgen de
Agartha, a la Divina Madre Atlante de Navután, por una Virgen María Judía, que lloraba,
estremecido su Corazón de Fuego por el dolor de la crucifixión de su hijo Jesús: la Virgen de
Agartha, por el contrario, no lloró ni experimentó dolor alguno en su Corazón de Hielo
cuando su Hijo de Piedra se autocrucificó en el Árbol del Terror y expiró, sino que se
alegró y derramó Su Gracia sobre los Espíritus encadenados, porque su hijo había
muerto como el más valiente Guerrero Blanco que se enfrentara a la Ilusión de las
Potencias de la Materia. La celebración del Culto a la Virgen del Dolor fue instituida, como no
podía ser de otro modo, por el inefable Papa Golen Inocencio III al introducir la secuencia
Stabat Mater en la Misa de los Dolores, del Viernes de la Pasión de Jesucristo. El Maestro
Pedro Millán levantó, pues, para los Templarios, la iglesia de Nuestra Señora del Dolor,
patrona desde entonces de Aracena, advocación que contrastaba abiertamente con la Virgen
de la Gracia y la Alegría, Nuestra Señora de la Gruta, que se veneraba en el vecino Señorío
de Tharsis, o Turdes. Cuando el Templo estuvo terminado, se depositó en su altar la imagen
de Nuestra Señora del Mayor Dolor, que aún se conserva, y recibió de Urbano IV la jerarquía
de Priorato de la Orden del Temple.
Paralelamente, se trabajaba febrilmente en la construcción del Castillo, alzado junto a la
Iglesia, a 700 Mts. de altura, cercando con murallas y foso una plaza adyacente a una torre
mudéjar. Cinco años después, la iglesia y el Castillo se encontraban terminados y las tropas
sobrantes, así como los hermanos Constructores de Salomón, se retiraban tranquilamente de
la zona; no obstante, pasarían muchos años antes que los lugareños se atreviesen a
acercarse a la Colina del Castillo de Aracena.
Pero esta tarea no fue todo lo que emprendieron los Templarios contra la Casa de Tharsis
en esos años: el Castillo de Aracena era una obligación impuesta por los Inmortales, a la que
habían dado fiel cumplimiento; ahora esperarían pacientes el regreso de Bera y Birsa para que
Ellos lo empleasen en sus planes. Mas esa paciencia no significaba inmovilidad; por el
contrario, no bien que fueron reconquistadas las regiones en poder de los árabes, la Orden se
lanzó a una campaña de ocupaciones en todo el país de Huelva, ora asentando guarniciones
en fortalezas y ciudades rescatadas, ora construyendo nuevas iglesias y fortificando plazas. La
distribución de tales ocupaciones no ocurría al azar ni mucho menos sino que obedecía a una
rigurosa planificación, cuyos objetivos no perdían nunca de vista la necesidad de rodear a la
Casa de Tharsis y conspirar contra el Pacto de Sangre. Para recordar sólo los más
importantes sitios de esos despliegues vale la pena mencionar la cesión obtenida sobre el
Convento de Santa María de la Rábida, en Palos de la Frontera, frente a Huelva, del cual ya
volveré a hablar. O la posesión completa de Lepe, la antigua Leptia de los romanos, situada a
seis kilómetros de Cartaya, con el propósito manifiesto de controlar la desembocadura del Río
Piedras, por donde suponían que podrían navegar secretamente los Señores de Tharsis. O el
sospechoso interés por residir en la insignificante Trigueros, a 25 kilómetros de Valverde del
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