Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 118
¨El Misterio de Belicena Villca¨
falleció en 1221, dejando el control de la Orden en manos de un Iniciado de Sangre Pura, el
Maestre General Beato Jordán de Sajonia.
Ahora bien: en aquel momento los Golen estaban pugnando por conseguir la
institucionalización de una inquisición sistemática de la herejía que les permitiese interrogar a
cualquier sospechoso y obtener la información conducente al sitio del Gral; si tal institución
era confiada a los benedictinos, como se pretendía, el fin de la Estrategia cátara sería más
rápido de lo previsto, no dando tiempo a que Federico II realizase sus planes de arruinar al
papado Golen. De allí la insistencia y la elocuencia desplegada por los domínicos para
presentarse como la Orden más apta para desempeñar aquella siniestra función; pero los
domínicos tenían algunas ventajas reales sobre los benedictinos: constituían no sólo una
Orden local, autóctona del Languedoc donde los benedictinos habían perdido influencia hacía
tiempo, sino que también disponían de monjes con gran instrucción teológica, adecuados para
analizar las declaraciones que la inquisición de la fe requería. Los domínicos disponían de
indudable capacidad de movilización en el Languedoc y cuando los Golen se convencieron de
que la nueva Orden se advendría a su control y permitiría el ingreso de sus propios
inquisidores, aprobaron también la concesión. En 1224 el Emperador Federico II, que no
obstante estar ya enfrentado con el papado, tenía en claro la situación del Languedoc y la
necesidad de apoyar a la Orden de Predicadores, renueva mediante una ley imperial la
antigua legislación romana que consideraba a los Cultos no oficiales “crimen de lesa
majestad”, es decir, pasibles de la pena de muerte: en este caso la ley se aplicaría a la
represión de la herejía. En 1231, a pesar de que ya estaban funcionando de hecho, el Papa
Gregorio IX instituye los “tribunales especiales de la Inquisición” y confía su oficio a las
Ordenes de Santo Domingo y San Francisco, esta última a instancia de Fray Elías, un agente
secreto de Federico II en la Orden franciscana, que sería ministro general de 1232 a 1239, y
que al final, descubierto por los Golen, se pasaría abiertamente al bando gibelino. Empero, al
poco tiempo sólo quedarían los domínicos a cargo de la Inquisición.
Tienen que quedar en claro dos hechos al evaluar el paso dado por la Orden de Santo
Domingo al aceptar la responsabilidad de la Inquisición. Uno es que ello representaba el mal
menor para los Cátaros, puesto que la represión ejecutada directamente por los Golen hubiese
sido terriblemente más efectiva, como se comprobó en Bezier, y que de ese modo se
conseguiría, al menos, sabotear la búsqueda del Gral y retrasar la caída de Montsegur,
objetivo que se alcanzó en gran medida. Y el otro hecho es que los Señores de Tharsis eran
perfectamente conscientes que la Orden sería infiltrada por los Golen y que estos abrirían las
puertas a los personajes más crueles y fanáticos de la ortodoxia católica, quienes destruirían
sin piedad ni remordimiento a los Cátaros y a su Obra: y aun así el balance indicaba que sería
preferible correr ese riesgo a permitir que los Golen se desempeñasen por su cuenta.
A los inquisidores más fanáticos, que pronto actuarían dentro de la Orden, no se los podía
obstaculizar abiertamente pues ello alertaría a los Golen. La táctica consistió, pues, en desviar
sutilmente la atención hacia falsas pistas u otras formas de herejía. En el primer caso, en
efecto, los Señores del Perro lograron que, bajo el cargo de “herejía”, se liquidasen con la
hoguera a la totalidad de los criminales, ladrones, degenerados y prostitutas del Languedoc:
estos, naturalmente, jamás aportaron dato alguno que sirviese a los Golen, aunque se les hizo
confesar la herejía mediante la tortura. En el segundo caso, la Inquisición dominicana produjo
un efecto no deseado por los Golen benedictinos, que aquellos no fueron capaces de
contrarrestar: justamente, por la mismas razones que los Señores del Perro no podían impedir
que los Golen exterminasen a los Cátaros, esto es, para no quedar en contradicción con las
leyes vigentes, los Golen no podían impedir que se reprimiese a los miembros del Pueblo
Elegido, fácilmente encuadrados bajo el cuadro de herejía. Y los Señores de Tharsis, que no
habían olvidado las cuentas que con ellos tenían pendientes desde la Época del Reino
Visigodo de España y la participación que les cupo en la invasión árabe, así como las intrigas
posteriores para destruir a la Casa de Tharsis, tenían ahora en sus manos, con la Inquisición,
un arma formidable para devolver golpe por golpe. Así fue como los Golen comprobaron con
desagradable sorpresa que la represión de la herejía derivaba en muchas ocasiones en
sistemáticas persecuciones de judíos, a los que se enviaba a la hoguera con igual o mayor
saña que a los Cátaros. Ese era, naturalmente, el efecto de la obra oculta de los Señores del
Perro, que lamentablemente no fue todo lo efectivo que ellos deseaban, porque, al igual que a
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