Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 117

¨El Misterio de Belicena Villca¨ Cister y que no sería descubierto hasta el final: en aquellos días el Obispo Fulco pasaba por enemigo jurado de los Cátaros, defensor de la ortodoxia católica, y aprovechaba ese prestigio para promocionar ante los legados papales y sus superiores del Cister la obra monástica de Domingo y su santidad personal. En los años siguientes, Santo Domingo intenta llevar a cabo el plan de Petreño y funda una hermandad semilaica, al tipo de las Ordenes de caballería, llamada “Militia Christi”, de la cual habría de salir la Tertius ordo de paenitentia Sancti Dominici, cuyos miembros fueron conocidos como “monjes Terciarios”; pero pronto esta organización se mostró ineficaz para los objetivos buscados y se tuvo que pensar en algo más perfecto y de mayor alcance. Durante varios años se planificó la nueva Orden, tomando en consideración la experiencia recogida y la formidable tarea que se proponía llevar a cabo, esto es, luchar contra la estrategia de los Golen: colaboraban con Santo Domingo en tales proyectos un grupo de dieciséis Iniciados, procedentes de distintos lugares del Languedoc que se reunía periódicamente en Tolosa, entre los cuales se contaba el Obispo Fulco. Como fruto de aquellas especulaciones se decidió que lo más conveniente era crear un “Círculo Hiperbóreo” encubierto por una Orden católica: el “Círculo” sería una Sociedad súper-Secreta dirigida por los Señores de Tharsis, que funcionaría dentro de la nueva Orden monástica. Sólo así, concluían, se conciliaría el objetivo buscado con el principio de la seguridad. Aquel grupo secreto, integrado en un comienzo sólo por los dieciséis Iniciados que he mencionado, se denominó Circulus Domini Canis, es decir, Círculo de los Señores del Perro. Tal nombre se explica recordando el sueño premonitorio de la madre de Domingo de Guzmán, en el cual su futuro hijo aparecía como un perro que portaba un hacha flamígera, y considerando que para los Iniciados en el Fuego Frío el “Perro” era una representación del Alma y el “Señor”, por excelencia, era el Espíritu: en todo Iniciado Hiperbóreo el Espíritu debía dominar al Alma y asumir la función de “Señor del Perro”; de allí la denominación adoptada para el Círculo de Iniciados, que además tenía la ventaja de confundirse con el nombre de dominicani, es decir, domínicos, que el pueblo daba a los monjes de Domingo de Guzmán. Cabe agregar que ser “Señor del Perro” en la Mística del Fuego Frío es análogo a ser Señor del Caballo, o sea “Caballero”, en la Mística de la Caballería, donde el Alma se simboliza por “el Caballo”. Uno de los Iniciados, Pedro Cellari, había donado varias casas en Tolosa: unas fueron destinadas a lugares secretos de reunión del Círculo y otras se adoptaron para el uso de la futura Orden. Cuando todo estuvo listo, se procuró obtener la autorización de Inocencio III para la fundación de una Orden de predicadores mendicantes, semejante a la formada por San Francisco de Asís en 1210: a esta Orden Inocencio III la había aprobado de inmediato, pero la nueva solicitud provenía ahora de Tolosa, un país en Guerra Santa en el que todo el mundo era sospechoso de herejía; y se debía proceder con cautela; el plan era ambicioso pero sólo la personalidad incuestionable de Santo Domingo allanaría todas las dificultades, tal como lo había hecho el propio San Francisco; no hay que olvidar que los Golen controlaban todo el monacato occidental desde la Orden benedictina y eran hostiles a la creación de nuevas Órdenes independientes. La oportunidad se presentó recién en 1215, cuando el Obispo Fulco fue convocado al IV Concilio General de Letrán y llevó consigo a Santo Domingo. Allí tropezaron con la negativa cerrada de Inocencio III quien, como es sabido, sólo cedió luego de soñar que la Basílica de Letrán, amenazando derrumbarse, era sostenida por los hombros de Domingo de Guzmán. Empero, su autorización fue meramente verbal, aunque perfectamente legal, y se limitó a aceptar la Regla de San Agustín reformada propuesta por Domingo y a recomendar la misión de luchar contra la herejía. Luego de la muerte de Inocencio III, en 1216, Honorio III da la aprobación definitiva de la “Orden de Predicadores” u Ordo Praedicatorum y permite su expansión, ya que por entonces sólo poseía los monasterios de Prouille y Tolosa. De entrada ingresan en la Orden todos los clérigos de la Casa de Tharsis que, como dije, eran en su gran mayoría, profesores universitarios, arrastrando consigo a muchos otros sabios y eruditos de la Época. En poco tiempo, pues, la Orden se transformó en una organización apta para la enseñanza de alto nivel, no obstante que el primer Capítulo general reunido en Bolonia, en 1220, declaró que se trataba de una “Orden mendicante”, con menor rigor en la pobreza que la de San Francisco. Santo Domingo 117