Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 115
¨El Misterio de Belicena Villca¨
confianza ilimitada por parte del Rey Alfonso VIII, del cual era uno de sus principales
consejeros.
Lo ocurrido cincuenta años antes a su primo, el Obispo Lupo, era una advertencia que no
se podía pasar por alto y por eso Petreño vivía tras los muros de la Universidad, en una casa
muy modesta pero que tenía la ventaja de estar provista de una pequeña capilla privada: allí
tenía, para su contemplación, una reproducción de Nuestra Señora de la Gruta. En esa capilla,
Petreño inició a Domingo de Guzmán en el Misterio del Fuego Frío, y fue tan grande la
trasmutación operada en él, que pronto se convirtió en un Hombre de Piedra, en un Iniciado
Hiperbóreo dotado de enormes poderes taumatúrgicos y no menor Sabiduría: tan profunda era
la devoción de Domingo de Guzmán por Nuestra Señora de la Gruta que, se decía, la
mismísima Virgen Santa respondía al monje en sus oraciones. Fue él quien comunicó a
Petreño que había visto a Nuestra Señora de la Gruta con un collar de rosas. Entonces
Petreño indicó que aquel ornamento equivalía al collar de cráneos de Frya Kâlibur: Frya
Kâlibur, vista afuera de Sí Mismo, aparecía vestida de Muerte y lucía el collar con los cráneos
de sus amantes asesinados; los cráneos eran las cuentas con las Palabras del Engaño; en
cambio Frya vista en el fondo de Sí Mismo, tras Su Velo de Muerte que la presenta Terrible
para el Alma, era la Verdad Desnuda del Espíritu Eterno, la Virgen de Agartha de Belleza
Absoluta e Inmaculada; sería natural que ella luciese un collar de rosas en las que cada
pimpollo representase a los corazones de aquellos que la habían Amado con el Fuego Frío.
Domingo quedó intensamente cautivado con esa visión y no se detuvo hasta inventar el
Rosario, que consistía en un cordón donde se hallaban ensartadas, pero fijas, tres juegos de
dieciséis bolitas amasadas con pétalos de rosa, las dieciséis, trece más tres cuentas,
correspondían a los “Misterios de la Virgen”. El Rosario de Santo Domingo se utiliza para
pronunciar ordenadamente oraciones, o mantrams, que van produciendo un estado místico en
el devoto de la Virgen y acaban por encender el Fuego Frío en el Corazón.
No debe sorprender que mencione dieciséis Misterios de la Virgen y hoy se los tenga por
quince, ni que varíe el número de cuentas del Rosario, ni que hoy día se asocie el Rosario a
los Misterios de Jesús Cristo y se hayan ocultado los Misterios de Nuestra Señora del Niño de
Piedra, pues toda la Obra de Santo Domingo ha sido sistemáticamente deformada y
tergiversada, tanto por los enemigos de su Orden, como por los traidores que han existido en
cantidad y existen, en cantidad aún mayor, dentro de ella.
Domingo llegó a dictar la cátedra de Sagrada Escritura en la Universidad de Palencia,
pero su natural vocación por la predicación, y su deseo por divulgar el uso del Rosario, lo
condujeron a difundir la Doctrina Cristiana y el Culto a Nuestra Señora del Rosario en las
regiones más apartadas de Castilla y Aragón. En esa acción descolló lo suficiente como para
convencer a los Señores de Tharsis de que estaban ante el hombre indicado para fundar la
primera Orden antiGolen de la Historia de la Iglesia. Domingo era capaz de vivir en extrema
pobreza, sabía predicar y despertar la fe en Cristo y la Virgen, daba muestras de verdadera
santidad, y sorprendía con su inspirada Sabiduría: a él sería difícil negar el derecho de
congregar a quienes creían en su obra.
Mas, para que tal derecho no pudiese ser negado por los Golen, era necesario que
Domingo se hiciese conocer fuera de España, que diese a los pueblos el ejemplo de su
humildad y santidad. El Obispo de Osma, Diego de Acevedo, que compartía secretamente las
ideas de los Señores de Tharsis, decidió que el mejor lugar para enviar a Domingo era el Sur
de Francia, la región que en ese momento se encontraba agitada por un enfrentamiento con la
Iglesia: la gran mayoría de la población occitana se había volcado a la religión cátara, que
según la Iglesia constituía “una abominable herejía”, y sin que los benedictinos del Cluny y del
Císter, tan poderosos en el resto de Francia, hubiesen podido impedirlo. Con ese fin, el Obispo
Diego consiguió la representación del Infante Don Fernando para concertar el casamiento con
la hija del Conde de la Marca, lo que le brindaba la oportunidad de viajar a Francia llevando
consigo a Domingo de Guzmán, a quien ya había nombrado Presbítero. Ese viaje le permitió
interiorizarse de la “herejía cátara” y proyectar un plan. En un segundo viaje a Francia, muerta
la hija del Conde, y decidida la misión de Domingo, ambos clérigos se dirigen a Roma: allí el
Obispo Diego gestiona ante el terrible Papa Golen Inocencio III la autorización para recorrer el
Languedoc predicando el Evangelio y dando a conocer el uso del Rosario.
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