Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 110
¨El Misterio de Belicena Villca¨
sería la proclamación de una santa Cruzada contra los herejes occitanos. Lógicamente, el
llamamiento de esa Cruzada fue encargado a la Congregación del Cister.
Heredero de la región que los romanos denominaban “Galia Narbonense” y Carlomagno
“Galia Gótica”, el Languedoc constituía un enorme país de 40.000 kilómetros cuadrados, que
confinaba con el Reino de Francia: en el Este, con la orilla del Ródano, y en el Norte, con el
Forez, la Auvernía, el Rouergne y el Quercy. En el siglo XIII aquel país estaba de hecho y de
derecho bajo la soberanía del Rey de Aragón: entre los Señoríos más importantes se contaban
el Ducado de Narbona, los Condados de Tolosa, Foix y Bearne, los Vizcondados de
Carcasona, Beziers, Rodas, Lussac, Albi, Nimes, etc. Además de estos vasallos, Pedro II
había heredado los estados de Cataluña y los Condados de Rosellón y Pallars, y poseía
derechos sobre el Condado de Provenza. Más no todo terminaba allí: Pedro II, cuya hermana
era esposa del Emperador Federico II Hohenstaufen, había casado dos hijas con los Condes
de Tolosa, Raimundo VI y Raimundo VII, padre e hijo, y le correspondían por su propio
casamiento con María de Montpellier, derechos sobre aquel Condado del Languedoc. El
compromiso del Rey de Aragón con el país de Oc no podía ser, pues, mayor.
Los cistercienses llamaron a la Cruzada en toda Europa luego de la muerte de Pedro de
Castelnau, vale decir, desde 1208. En julio de 1209, el ejército más numeroso que jamás se
viera en esas tierras cruzaba el Ródano y marchaba hacia el país de Oc; como jefe del mismo,
Inocencio III nombró a un Golen que parecía surgido de la entraña misma del Infierno: Arnaud
Amalric, Abad de Citeaux, el monasterio madre de la Orden cisterciense. El ejército de
Satanás, compuesto de trescientos cincuenta mil cruzados, pronto se encuentra poniendo sitio
a la pequeña ciudad fortificada de Bezier; ¡la sentencia de exterminio al fin será cumplida!
Horas después los defensores ceden una puerta y las tropas infernales se disponen a
conquistar la plaza; los jefes militares interrogan a Arnaud Amalric sobre el modo de distinguir
a los herejes de los católicos, a lo cual el Abad de Citeaux responde –“Matad, matad a todos,
que luego Dios los distinguirá en el Cielo”–. Nobles y plebeyos, mujeres y niños, hombres y
ancianos, católicos y herejes, la totalidad de los treinta mil habitantes de Beziers son
degollados o quemados en los siguientes momentos. El cuerpo de Bezier es el Cordero
Eucarístico de la Comunión de los Cruzados, el Sacramento de Sangre y Fuego que constituye
el Sacrificio al Dios Creador Uno Jehová Satanás. Castigo del Dios Creador, Condena de la
Fraternidad Blanca, Sanción de los Atlantes morenos, Expiación de Sacerdotes, Venganza
Golen, Escarmiento Hebreo, Penitencia Católica, la matanza de Bezier es arquetípica: ha sido
y será, siempre que los pueblos de Sangre Pura intenten recobrar su Herencia Hiperbórea;
hasta la Batalla Final.
Después de Bezier cae Carcasona, donde son quemados quinientos herejes, depuestos
los prelados autóctonos, y resulta capturado y humillado el Vizconde Raimundo Roger. Pedro II
llega a Carcasona para interceder por su vasallo y amigo sin conseguir cosa alguna del legado
papal: esta impotencia da una idea del poder que había adquirido la Iglesia, en aquellos siglos,
sobre los “Reyes temporales”. El Rey de Aragón se retira, entonces, y se concentra en otra
Cruzada, que se está llevando a cabo simultáneamente: la lucha contra los muslimes de
España; cree que participando de esa gesta su honor no se vería comprometido, como sería el
caso si interviniese en la represión de sus súbditos; sin embargo, la falta al honor ya era
grande pues los abandonaba en manos de sus peores enemigos. Mientras la Cruzada Golen
va exterminando a los Cátaros castillo por castillo, y procura destruir el Condado de Tolosa,
Pedro II se enfrenta con éxito a los muslimes en la reconquista de Valencia. Retorna, al fin, a
Narbona, donde se reúne con los Condes Cátaros de Tolosa y de Foix, y con el jefe militar de
la Cruzada, Simón de Montfort, y los legados papales: nuevamente, nada consigue, pero esta
vez es puesta en duda su condición de católico y amenazado con la excomunión; termina
aceptando la represión indiscriminada y confirmando la rapiña efectuada por Simón: conviene
en que, si los Condes de Tolosa y Foix no apostasiaban del catarismo, esos títulos le serían
transferidos. Entonces Pedro II creía que la Cruzada sólo perseguía el fin de la “herejía” y que
su soberanía sobre el Languedoc no sería cuestionada. Es así que, como “prueba de buena
fe”, arregla el casamiento de su hijo Jaime con la hija de Simón de Montfort: pero Jaime, el
futuro Rey de Aragón Jaime I el Conquistador, tiene sólo dos años; Pedro II se lo entrega a
Simón para su educación, es decir, como rehén, y éste se apresura a situarlo tras los muros
de Carcasona.
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