Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 103
¨El Misterio de Belicena Villca¨
que fundaría una Aristocracia de la Sangre Pura en la que sólo tendrían cabida los más
valientes, los más nobles, los más duros, los que no se doblegaban frente al Culto a las
Potencias de la Materia. Federico II, naturalmente, se sentía llamado para ocupar ese lugar.
La doctrina que Federico II expresaba con tanta claridad era la síntesis de una idea que se
venía desarrollando entre los miembros de su Estirpe desde el Emperador Enrique I, el
Pajarero. En principio, tal idea consistía en la intuición de que el poder real se legitimaba sólo
por una Aristocracia del Espíritu, la cual estaba ligada a la sangre, a la herencia de la sangre.
Luego fue evidente, y así comenzó a afirmarse, que si el Rey era legítimo, su poder no podía
ser afectado por fuerzas de otro orden que no fuesen espirituales: la soberanía era espiritual y
por lo tanto Divina; sólo a Dios correspondía intervenir con justicia por sobre la voluntad del
Rey. Este concepto se oponía esencialmente al sustentado por los Golen, en el sentido de que
el Papa representaba a Dios sobre la Tierra y, por lo tanto, a él correspondía sujetar la
voluntad de los Reyes. Ya el Papa Gelasio I, 492-496, había declarado que existían dos
poderes independientes: la Iglesia espiritual y el Estado temporal; contra la peligrosa idea que
se desarrollaba en la Estirpe de los Otones y Salios, San Bernardo formaliza la tesis gelasiana
en la “Teoría de las dos Espadas”. Según San Bernardo, el poder espiritual y el poder
temporal, son análogos a dos Espadas; mas, como el poder espiritual procede de Dios, la
Espada temporal debe someterse a la Espada espiritual; ergo: el representante de Dios en la
Tierra, el Papa, al empuñar la Espada espiritual, debe imponer su voluntad a los Reyes, meros
representantes del Estado temporal y sólo portadores de la Espada temporal.
Pese al empeño puesto por la Iglesia en imponer el engaño, la idea va madurando y
comienzan a producirse choques entre los Reyes más espirituales y los representantes de las
Potencias de la Materia. La “Querella de las Investiduras”, protagonizada por el Emperador
Enrique IV, antepasado de Federico II, y el Papa Golen Gregorio VII, señala la fase culminante
de la reacción satánica: en el año 1077, el Emperador Enrique IV es obligado a humillarse
frente al Papa, en Canossa, para obtener el levantamiento de su previa excomunión. De no
acceder a esa súplica, Enrique IV hubiese sido despojado de su investidura imperial, y aún de
la soberanía sobre sus Señoríos hereditarios, por la simple voluntad “espiritual” del Papa.
Naturalmente, una idea que brota de la sangre, y se torna más clara y más fuerte tras cada
generación, no puede ser reprimida con penitencias y humillaciones. Será Federico I
Barbarroja, el abuelo de Federico II, quien se opondrá con más vigor a la tiranía papal y
demostrará que la existencia de la Aristocracia del Espíritu era más que una idea. Para
entonces, la idea ya ha tomado cuerpo y cuenta con partidarios dispuestos a defenderla con
su vida: son los llamados gibelinos, nombre derivado del Castillo de Waiblingen donde
naciera Federico I. La reacción de la Iglesia contra Federico I polariza a la familia de su madre
Judith, descendiente de Welf, o Güelfo IV, duque de Baviera, acérrima partidaria del Papa, de
donde viene el nombre de “güelfos” dados a sus seguidores. Así, pese al lavado de cerebro y
adoctrinamiento clerical a que fue sometido Federico II durante los años que permaneció bajo
la tutela del feroz Inocencio III, nada pudo evitar que la Voz de su Sangre Pura le revelase la
Verdad del Espíritu Increado, que su herencia Divina lo transformase en la expresión viva de la
Aristocracia del Espíritu, en el Emperador Universal.
Antes de partir a Palestina en 1227, Federico II se había convertido en Hombre de Piedra,
en Pontífice Hiperbóreo, y había recordado el Pacto de Sangre de los Atlantes blancos. Y
decidió luchar con todas sus fuerzas para revertir el orden de la sociedad europea, que estaba
basado en la unidad del Culto, es decir, en el Pacto Cultural, en favor del Pacto de Sangre.
La solución escogida por Federico II consistía en minar la unidad imperial de entonces, cuyas
monarquías estaban totalmente condicionadas por la Iglesia, concediendo el mayor poder
posible a los Señores Territoriales: ellos serían, desde luego, los que reconocerían con su
Sangre Pura al Verdadero Líder Espiritual de Occidente, el que vendría a instaurar el Imperio
Universal del Espíritu. En cambio la Iglesia Golen, frente al creciente poder de los príncipes,
sólo vería desintegrarse la unidad política que tan necesaria era para sus planes de
dominación mundial: una unidad política que había edificado sobre el cimiento de incontables
crímenes perpetrados durante siglos de intrigas y engaños, que había proyectado en el
Secreto de los monasterios benedictinos y cistercienses, que había impuesto en las mentes
crédulas y temerosas de los nobles mediante la amenaza de la “pérdida del Cielo”, la
excomunión, el chantaje del terror, y toda suerte de recursos indignos.
103