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LETRAS

Francia en la Trayectoria de Miguel Ángel Asturias

La biografía de Miguel Ángel Asturias( 1898-1974), Premio Nóbel de Literatura 1967, está marcada por Francia. No es solamente porque en ese país, ante el que representó a Guatemala como embajador entre 1966 y 1970, reposan sus restos en una tumba del cementerio Père Lachaise. Tampoco porque a su muerte haya cedido gran parte de su archivo documental a la Bibliothèque Nationale de ese país, donde aún se conserva para el estudio de una carrera que, a pesar de abarcar residencias en tres continentes, siempre tuvo como eje central ideas gestadas en las calles de París. Francia, y específicamente París, marcan dos etapas fundamentales de la obra de Asturias, en su desarrollo como escritor, y más tarde, ya consagrado, como voz intelectual del continente frente al mundo.

Se ha dicho en más de una ocasión que Francia es donde Asturias descubre el significado de su Guatemala natal. En julio de 1924 el joven, entonces estudiante de economía en Londres, decide acercarse a París para observar las celebraciones del día de la Bastilla. Esa primera visita duraría casi una década y cambiaría la forma en la que Asturias entendió su país y el mundo.
La Ciudad Luz era históricamente un foco de atracción para los intelectuales latinoamericanos, que acudían a ella para empaparse de su aura de rebeldía y de las ideas políticas y estéticas que habían inspirado las independencias y el desarrollo cultural de sus países durante más de un siglo.
Poco después de llegar a París, Asturias se inscribe en un curso sobre religiones y mitos centroamericanos impartido por el profesor George Raynaud en la Universidad de la Sorbona. En una entrevista de 1974, Asturias recuerda el encuentro:“ El profesor me miraba y me miraba. Nada más terminar la clase, se levantó y se vino hacia mí y me dijo:“ vous êtes maya”. Esa afirmación del estudioso es una iluminación para el escritor. Transforma la visión de Asturias acerca de sí mismo y de la identidad guatemalteca. El encuentro marca la conciencia del joven, y su trabajo posterior con Raynaud, traduciendo al español el Popol Vuh y otros textos precolombinos, le lleva a un entendimiento profundo de la tradición y la cosmovisión de la cultura de su país, y el papel fundamental que ésta cumple en la definición de una identidad nacional, aspectos que exploraría más adelante en su obra literaria.
Al mismo tiempo que desarrollaba su trabajo de traductor, Asturias descubre en las tertulias literarias de la capital gala la capacidad del lenguaje para construir mitos y comunicar el peso simbólico de una cultura. En la revista

El invierno en que Blanca empezó a dictarme sus memorias era tan helado que algunas veces resultaba inútil enrollarse la bufanda, apretar los puños entre los guantes y cerrarse los botones del abrigo. Al salir de la estación del metro yo corría hasta la plaza Saint-Ferdinand, entraba al edificio, y poco después, protegidos por la calefacción, nos sentábamos en un rincón de la biblioteca del departamento en donde soplaba el fantasma de Miguel Ángel Asturias. Algunas veces hacíamos una breve pausa sin reparar en las horas que pasaban. Ella me dictaba y yo escribía. Por la tarde tomábamos té. Otras veces uvas con vino y queso. Blanca hablaba con la fuerza de un aguacero encadenando los

Transition, editada por Eugene Jolas, estadounidense residente en París, se mezclaban manifiestos vanguardistas y la obra de contribuyentes como James Joyce y Gertrude Stein. También traducciones al inglés del mexicano Alfonso Reyes. Jolas traduciría para la revista La leyenda de la tatuana de Asturias. Las exploraciones del lenguaje como instrumento de construcción de subjetividades jugarían siempre un papel fundamental en la obra asturiana.
París era también el foco de una colonia de jóvenes hispanoamericanos que, como él, usaban la literatura como espacio de análisis de realidades y de construcción alternativas políticas. El propio Asturias explora muchas de estas ideas en las crónicas que escribe para el diario El Imparcial. Entre sus interlocutores parisinos se encuentran algunas de las otras voces más altas de la literatura hispanoamericana del siglo XX: el venezolano Arturo Uslar Pietri, el cubano Alejo Carpentier, el propio Alfonso Reyes, el chileno Pablo Neruda, entre los
Miguel Ángel Asturias por Eduardo de León. 1967.

Máquinas del tiempo

capítulos como quien quiere tejer los retazos del amor a la vejez en apenas un paño de hilos y colores percudidos por el tiempo. Muy seguido, Blanca me sorprendía con una caja de metal repleta de fotos, cartas y aromas a pasión tropical, manuscritos y papeles garabateados por el mismo Asturias. El teléfono sonaba poco, pero cuando sucedía cualquier personaje mítico podía asomar al otro lado de la línea: La secretaria privada de François Mitterand, Pierre Cardin, y hasta el mismo Fidel Castro.
Con los meses comprendí que aquel libro de historias y hazañas en el que ambos trabajábamos sólo podía cerrarse con la muerte de Miguel Ángel Asturias en Madrid; pero repentinamente pasábamos más tiempo con el té, las uvas y el queso, y Blanca prefería hablar de todo salvo del último capítulo. Una tarde, mientras afuera nevaba yo me quedé a solas en el escritorio de la biblioteca. No había pasado mucho cuando vi que en una copia de la última novela inconclusa de Asturias, el error de una tecla defectuosa aparecía en todas las páginas. El mismo error que desfilaba también en el texto de las‘ Memorias de Blanca’ que yo escribía. Sólo entonces me di cuenta de haber estado trabajando durante todos esos meses con la máquina de Miguel Ángel Asturias.
Blanca desapareció un día sin decirme adiós, y sus memorias quedaron como esa
muchos con los que iría construyendo propuestas estéticas que reflejaran los procesos culturales del continente.
El aprendizaje parisino incluye complejas redes en la que lo artístico se mezcla con lo político y con lo humano, propuestas en las que se trata de llegar a la esencia del ser americano. Entre las amistades francesas Asturias se acerca a algunas de las figuras del surrealismo, donde la influencia del psicoanálisis y de lo onírico en la construcción del sujeto le sirven para ahondar en la construcción de un universo singular, y de esta vasta visión surge lo que el crítico guatemalteco Mario Roberto Morales llama la articulación de un sujeto popular e interétnico como representante de la cultura de su país y del continente.
Desde esta postura, Asturias construye en su literatura un espacio cultural cuyos personajes son actores sociales cuya identidad debe ser comprendida ampliamente, desde lo psicológico, lo histórico, lo cultural, para producir una propuesta política nacional que tome en consideración los diversos componentes que conforman la verdadera identidad.
La segunda parte de la carrera de Asturias confirma a París como espacio de promoción de este proyecto no sólo a través de su literatura, pero también desde su posición como intelectual latinoamericano. Como embajador de Guatemala en Francia Asturias potencia a nivel mundial su postura intelectual. La embajada en París es un espacio oficial de promoción de las ideas que había ido construyendo en su juventud. Y París, por su función simbólica como espacio cultural, es el lugar ideal para impulsarlas globalmente en diálogo no sólo con los pensadores del continente americano, sino de otros pueblos que buscan construir su modernidad entre las tensiones de la guerra fría de las independencias poscoloniales. Esa dimensión internacional hace de Asturias embajador de una visión compartida, por ejemplo, de su gran amigo el escritor y político senegalés Leopold Sedar Senghor.
Por su papel simbólico como centro de cuestionamiento de ideas en el mundo moderno, Francia ha sido para muchos países un espacio de referencia y de enunciación de nuevas propuestas globales. En el caso de Latinoamérica, ese rol incluye ser la sede desde la que los intelectuales de diversos países hacen frente, en la distancia, a sus propias realidades. Esos postulados transforman la visión de América que tienen los propios habitantes del continente, además de la manera en la que el Viejo Mundo entiende y percibe al Nuevo. En la figura de Miguel Ángel Asturias este papel simbólico se hace visible.
Fernando Feliu-Moggi
sinfonía de Schubert a la que siempre faltó una cadencia. Más tarde supe que se había ido a Rusia, y luego que vivía en Mallorca. Aquellos relatos y tardes con nieve y vino quedaron desperdigados entre ambos sin que alguien pudiera cerrar el círculo del último capítulo. Por mi parte, llegué a preguntarme si Miguel Ángel Asturias no anduvo de verdad entre sus libros como ella siempre lo creyó. Y bueno, después de que todo desapareciera por fin un día de la plaza Saint-Ferdinand, yo tampoco volví a ver, y menos a escribir con su vieja Remington. Hoy leo mucho, me enamoro, emigro según las estaciones, y escribo lo que puedo.
Marlon Meza Teni
IV. Les Lettres Françaises. Julio 2017