quedarás conmigo una noche y serás mi mensajera? ¡Tiene tanta sed
el niño y tanta tristeza la madre!
-No creo que me agraden los niños -contestó la Golondrina-. El
invierno último, cuando vivía yo a orillas del río, dos muchachos mal
educados, los hijos del molinero, no paraban un momento en tirarme
piedras. Claro es que no me alcanzaban. Nosotras las golondrinas
volamos demasiado bien para eso y además yo pertenezco a una
familia célebre por su agilidad; mas, a pesar de todo, era una falta
de respeto.
Pero la mirada del Príncipe Feliz era tan triste que la Golondrinita se
quedó apenada.
-Mucho frío hace aquí -le dijo-; pero me quedaré una noche con vos
y seré vuestra mensajera.
-Gracias, Golondrinita -respondió el Príncipe.
Entonces la Golondrinita arrancó el gran rubí de la espada del
Príncipe y, llevándolo en el pico, voló sobre los tejados de la ciudad.
Pasó sobre la torre de la catedral, donde había unos ángeles
esculpidos en mármol blanco.
Pasó sobre el palacio real y oyó la música de baile.
Una bella muchacha apareció en el balcón con su novio.
-¡Qué hermosas son las estrellas -la dijo- y qué poderosa es la fuerza
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