-Querida Golondrinita -dijo el Príncipe-, me cuentas cosas
maravillosas, pero más maravilloso aún es lo que soportan los
hombres y las mujeres. No hay misterio más grande que la miseria.
Vuela por mi ciudad, Golondrinita, y dime lo que veas.
Entonces la Golondrinita voló por la gran ciudad y vio a los ricos que
se festejaban en sus magníficos palacios, mientras los mendigos
estaban sentados a sus puertas.
Voló por los barrios sombríos y vio las pálidas caras de los niños que
se morían de hambre, mirando con apatía las calles negras.
Bajo los arcos de un puente estaban acostados dos niñitos abrazados
uno a otro para calentarse.
-¡Qué hambre tenemos! -decían.
-¡No se puede estar tumbado aquí! -les gritó un guardia.
Y se alejaron bajo la lluvia.
Entonces la Golondrina reanudó su vuelo y fue a contar al Príncipe lo
que había visto.
-Estoy cubierto de oro fino -dijo el Príncipe-; despréndelo hoja por
hoja y dáselo a mis pobres. Los hombres creen siempre que el oro
puede hacerlos felices.
Hoja por hoja arrancó la Golondrina el oro fino hasta que el Príncipe
Feliz se quedó sin brillo ni belleza.
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