Feliz.
-He venido para deciros adiós -le dijo.
-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -exclamó el Príncipe-. ¿No te
quedarás conmigo una noche más?
-Es invierno -replicó la Golondrina- y pronto estará aquí la nieve
glacial. En Egipto calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los
cocodrilos, acostados en el barro, miran perezosamente a los
árboles, a orillas del río. Mis compañeras construyen nidos en el
templo de Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las siguen con
los ojos y se arrullan. Amado Príncipe, tengo que dejaros, pero no os
olvidaré nunca y la primavera próxima os traeré de allá dos bellas
piedras preciosas con que sustituir las que disteis. El rubí será más
rojo que una rosa roja y el zafiro será tan azul como el océano.
-Allá abajo, en la plazoleta -contestó el Príncipe Feliz-, tiene su
puesto una niña vendedora de cerillas. Se le han caído las cerillas al
arroyo, estropeándose todas. Su padre le pegará si no lleva algún
dinero a casa, y está llorando. No tiene ni medias ni zapatos y lleva
la cabecita al descubierto. Arráncame el otro ojo, dáselo y su padre
no le pegará.
-Pasaré otra noche con vos -dijo la Golondrina-, pero no puedo
arrancaros el ojo porque entonces os quedaríais ciego del todo.
-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que
te mando.
Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe y emprendió
el vuelo llevándoselo.
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