expresionista Egon Schiele a través de las pláticas entre el inquieto Fonchito y su
madrastra.
Por otra parte, el contenido restante es de carácter epistolar y hace referencia tanto a
la posición que asume Don Rigoberto frente a diferentes temas, como a narraciones
que tienen su propio tiempo y espacio en sus fantasías eróticas, relatadas por un
narrador-testigo innominado quien adentra en la historia como un voyeur. Por último,
están los monólogos de la conmovida Lucrecia, los cuales también terminan con algún
inquietante dibujo de Schiele.
En el plano de la historia, la apreciación sobre el cuerpo femenino, y más estando
desnudo, es fundamental en la diégesis. La novela puede leerse como un paseo por la
gran exhibición de un universo cargado de imágenes hedonistas donde el placer es el
eje fundamental. El deseo erótico mueve a los amantes hacia la unión, a querer
fundirse en un solo cuerpo. En esta línea se evidencian, además, una abundancia de
interpolaciones, mudas temporales 4 , analepsis y prolepsis para detallar dos mundos
imaginarios y diferenciados: el de don Rigoberto y el de su hijo, Fonchito.
En el caso de don Rigoberto, la visión de la felicidad encarnada está ligada
directamente con la presencia del cuerpo de su esposa. Sus narraciones ficcionales
parten de imágenes visuales, fragmentos de obras literarias y piezas musicales,
creando una hibridación entre el mundo fantástico y la vida real, alejándose cada vez
más de su existencia corriente.
Como contrapunto, su hijo Fonchito quien también es seducido por la imagen de la
madrastra, decide experimentar dentro de su propia vida la ficción de reencarnar a
Egon Schiele. Entre ellos, la figura de Lucrecia representa un mundo que oscila entre la
realidad y el deseo. Los dos sucumben ante la belleza de esta mujer, convirtiéndola en
el reflejo de las eróticas mujeres que ellos aprecian en pinturas y grabados.
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Vargas Llosa señala las mudas temporales como movimientos del narrador en el tiempo de una
história.
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