pueden resistir unos años antes de cerrar definitivamente sus pequeños
estudios.
Los animadores conservan a veces materiales en sus casas pero a su
muerte se suelen dispersar. Sus familiares los destruyen o, en el mejor de
los casos, los sacan a subasta y acaban siendo vendidos a coleccionistas,
a veces a unos precios tan ridículos que no garantizan su futura
conservación.
“Elmer Elephant”, Disney, 1936.
Pero no nos engañemos, la mayor parte de los dibujos y materiales
generados en el proceso de realización del cine de animación acaban en
la basura.
Bien porque existe la mala costumbre de considerar la animación como
una distracción para niños y, como mucho, un arte menor o bien porque
los propios animadores a menudo consideran sus obras como una fase
de producción de una película y no como obras de arte en sí mismas. Dos
terribles errores de nefastas consecuencias para este nuevo arte.
Y la situación no ha cambiado ni tiene visos de cambiar.
En España es practicamente imposible encontrar dibujos de animación
anteriores a los años sesenta y muy pocos de las décadas siguientes, y
éstos porque sus autores siguen vivos y a veces los guardan.
Algunos tratan de garantizar su conservación pasándolos de padres a
hijos, como Cruz Delgado, que incluso muestra parte de su obra en
exposiciones. Otros, agobiados por la falta de espacio, han optado por
destruirlos.
Acetato de “Katy Caterpillar” de los Estudios Moro, 1984.