Sotheby's y unas pocas (alrededor de un centenar en los años 90) galerías
de arte especializadas en animación mantuvieron desde los años setenta
la llama de la consideración de los materiales de animación como obras
de Arte. Más recientemente, la ya citada exposición "II était une fois Walt
Disney", presentada en París y Canadá, se interpretó como una cierta
apertura de puertas de los Museos para el arte de Disney. Pero quizá
subsista un error de base: el lugar de los artistas de Disney y de los
animadores de todo el mundo no son probablemente los museos de Arte.
La animación es un arte nuevo. Al margen de sus valores plásticos, los
dibujos de los grandes animadores tienen sentido como elementos vivos,
como parte de una asombrosa capacidad para hacer ver y sentir al
espectador la vida en unos personajes dibujados. Las nuevas imágenes
vivas en la pantalla nos emocionan y se comunican con nosotros al
tiempo que nos hacen disfrutar de nuevas corrientes plásticas. ¿Dónde
han de guardarse y mostrarse esas nuevas imágenes? Quizá lo lógico
sería ver esas obras en los museos del cine, junto a las películas para el
que han sido creadas, pero los archivos cinematográficos y los museos
del cine generalmente no se interesan por esos materiales. Aunque
siempre hay excepciones y, como hemos visto, en algunos museos del
cine y filmotecas se guardan materiales de animación. Mientras, en
Internet podemos ver cada día piezas subastadas a precios ridículos.
Algunas van a parar a coleccionistas cuidadosos, pero muchas otras a
simples aficionados que no pueden garantizar la conservación de "sus
tesoros". Lo lógico sería crear museos del arte de la animación.
No hay que esperar que los museos de arte o del cine se den cuenta de
que han dejado desaparecer esos materiales. Quizá sea cierto que no les
corresponde a ellos salvarlos. La animación es sencillamente otra cosa, es
el arte de dar vida a lo inanimado.
Un arte del siglo xx. Y ese Arte se merece museos propios. Para
poderlos crear es necesario poner en valor sus obras... y para valorizar
ese arte nos encontramos con otro grave problema: la animación ha sido
durante décadas un arte anónimo. No podemos ponerle un nombre a la
mayoría de los dibujos conservados.
¿CÓMO VALORIZAR A LOS ANIMADORES Y DISEÑADORES?
Los propios estudios de animación evitaron el reconocimiento de sus
artistas, que para ellos eran simples piezas del engranaje de una fábrica
comercial. Se puede replicar afirmando que sus nombres figuraban en los
rótulos de las películas, pero no siempre y no todos, y no se sabe cuales
fueron sus aportaciones concretas ni qué imágenes creó cada uno. En los
reducidos créditos de Pinocho, por ejemplo, no se incluye ni a Gustaf
Tenggren, que fue capital en la determinación del estilo de la película. No
se trata de establecer un culto a la personalidad ni de separar los dibujos
de unos autores de los de otros para subir su cotización. Los diseños y
bocetos previos nos descubren el proceso de elaboración de las películas
y nos explican el porqué de las decisiones tomadas. Su estudio nos revela
las ideas artísticas y cinematográficas de sus autores. Si pudiéramos
hacer exposiciones y estudios monográficos de las obras de cada
diseñador o animador podríamos descubrir los elementos unitarios de su
obra y su desarrollo y aportación al arte de la animación y quizá
pudiéramos explorar caminos abiertos por ellos que tras su muerte han
permanecido intransitados u olvidados. Pero no es tarea fácil. En Disney,
como en los demás estudios, no se permitía firmar los dibujos a los
artistas, y hoy hay muchos en sus archivos que cuando se reproducen
aparecen con un triste "artista desconocido" ("artist unknown"). El
reconocimiento exigido, o al menos deseado, por la mayoría de los
artistas llevaba a veces a enfrentamientos.
En una entrevista publicada en los años sesenta en un diario madrileño,
James Bodrero reclamaba la paternidad sobre José Carioca y acusaba a
Disney de evitar el reconocimiento de las obras de sus artistas. Se sentía
como un negro trabajando para él. Probablemente a Bodrero le sentó
fatal que en la prensa se airease que Panchito, el otro personaje de Los
tres caballeros, fuera obra del artista mexicano Ernie Terrazas. La razón
de este reconocimiento excepcional podría ser el que a Disney le
interesaba hacer ver que habían trabajado para él artistas latinos en sus