El concepto espiritualidad puede entenderse de muchas maneras dependiendo de la doctrina, religión o corriente filosófica en que se posicione, por ejemplo para el personal directivo de Shalem es “la fuente de energía fundamental que alimenta todas nuestras pasiones, relaciones, emociones y todo lo que consideremos significativo” (Crumley, Dietrich, Kline y May, 2004), o como se encuentra en el diccionario de la espiritualidad (2005) citado por (Palacio, 2015) “ningún ser humano puede vivir sin espíritu, especialmente si se mueve con hondas motivaciones y convicciones. Pertenece, pues, al sustrato más profundo del ser humano”.
La espiritualidad tanto en oriente como en occidente señala que hay tres formas de expresarla: saber, actuar y sentir, formas que en últimas pueden expresar el amor espiritual, y que se ven reflejadas en las acciones dependiendo del significado que tenga esta palabra en la vida de las personas. Por ejemplo, el saber se ve expresado en la religión católica en conocer la Verdad en Dios. (Crumley, Dietrich, Kline y May, 2004).
Y sabiendo ahora esto ¿cómo se puede expresar el saber, actuar y sentir a través del baile? Originalmente la danza, y como se ha resaltado durante todo el presente trabajo, tenía el propósito de permitir al ser humano comunicarse con fuerzas sobrenaturales, generando un lenguaje a través del cuerpo y el movimiento, intentando crear un canal entre lo humano y lo divino. En el baile, en algunas culturas, la posición de los brazos y de las piernas era la expresión del cielo y la tierra, y los movimientos de caderas simbolizaban “el lugar de vida y creación”