Cuando aumentan las hormonas que refuerzan nuestro placer al bailar se disminuyen los niveles de cortisol en nuestro organismo. El cortisol es una hormona regulada por el hipotálamo, sintetizada y liberada por las glándulas suprarrenales, cuya presencia está asociada con los estados de estrés y ansiedad, que afecta nuestro sistema inmunológico si se presenta durante largos períodos de tiempo (Cortés, 2011).
Si al bailar las personas sienten emociones positivas y su cerebro secreta la cantidad de hormonas señaladas anteriormente, esto hace que la práctica del baile posibilite la expresión de los sentires. Aymerich (1981) considera que el baile es un lenguaje significativo que nos permite descubrir que tenemos algo que decir. (Montero, 2007)
A propósito de lo señalado por Aymerich, Villen y Lopéz (2013) proponen la tesis que la danza creativa es una herramienta para expresar emociones, la conexión que se genera entre el cuerpo y la emoción permite que las personas sean conscientes de aquello que hacen; ellos señalan: “nos movemos, pero sentimos el movimiento y le damos un significado”, gracias a esto la danza puede ser un recurso para desarrollar habilidades emocionales.
Una de las conclusiones del estudio de Villen y Lopéz (2013) es que cuando se combinan los movimientos con sonidos y se suma la interacción con las personas, el resultado es una sensación gratificante, así, la danza provoca una “mejora en la percepción y la comprensión de las emociones” logrando con esto disminuir emociones negativas y reforzar las positivas.