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de virus enviadas entre cristales planos de Barcelona por el mismo Piguillem, se
convirtió en un foco activo propagador de la vacuna jenneriana.
El ideario sanitario ilustrado aparece reflejado en las constantes notas y avi-
sos de la Gaceta de Madrid, donde se cita la vacunación de destacadas personali-
dades, como los hijos del Excmo. Sr. Francisco Ramón de Eguía, tras su regreso
de Portugal de la campaña de la guerra de las Naranjas. Sus hijos fueron vacu-
nados por el cirujano aragonés Joaquín García. Las prácticas se extendieron por
todo Aragón, durante el otoño e invierno de 1801, en setenta localidades y en los
corregimientos de Barbastro, Huesca, pero en Zaragoza la vacunación se realizó
con enorme pulcritud.
La campaña de vacunación en la capital aragonesa realizada por el cirujano
José Martínez se prolongó, al menos entre 1801 hasta finales de 1807, llegando
su número a más de mil personas con resultados favorables. Esta experiencia se
acompaña de una minuciosa relación del nombre del vacunado, los padres, día
de vacunación, registros que pretendían verificar los beneficios de esta práctica.
El virus y las vacunaciones llegaron a las restantes regiones españolas, de las que
existe una nutrida casuística, cuya enumeración excede las pretensiones de nues-
tro trabajo. La meseta del Duero desde 1802 contaba con el fluido vacuno, como
Segovia donde el cirujano Martín Alonso realizaba esta experiencia, o el caso de
Sigüenza y Palencia. En la ciudad de Sigüenza llegaba el virus, desde la Corte por
mediación de Antonio Ballano, profesor de Medicina al cirujano Eutiquiano Mar-
tínez que llegó a vacunar hasta seiscientos individuos. En Palencia y Valladolid la
vacuna estaba presente, y circulaba ya en 1802, lo mismo que en Valladolid. En
Medina del Campo el cirujano titular, Ramón García y Cabezudo, con la ayuda
del franciscano Mateo Alonso consiguió traer el fluido desde Valladolid.
A través de la Gaceta de Madrid, podemos seguir el proyecto de la vacuna
desde 1801 hasta la invasión napoleónica, en regiones como Valencia y Murcia,
La Mancha, Andalucía y Extremadura y el norte peninsular. Mientras Inglaterra
y Francia crearon poderosas instituciones entre 1799 y 1803, orientadas a la di-
fusión y el control de la vacuna (Smallpox Hospital y London Jennerian Society;
Comité central de Vaccine y la Commission de Vaccine du Louvre), España tuvo
que recurrir al entusiasmo de unos pocos vacunadores respaldados, eso sí, por el
prestigio de las Academias de Medicina (Madrid y Barcelona).
Ignacio María Ruiz de Luzuriaga ya disfrutaba de una posición privilegiada
que le conferían sus cargos de responsabilidad en la Academia madrileña, desde
esta Institución se convirtió en el auténtico propagador de la vacuna en España.
La primera obra que se imprimió en España sobre la vacuna, fue la traducción de
Francisco Piguillem, del libro de Colon Ensayos sobre la inoculación de la vacu-
na, que fue censurada positivamente por Luzuriaga. Casi al mismo tiempo que se
practicaban las primeras vacunaciones, en octubre de 1801, la Academia de Ma-