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A nales de la R eal A cademia de M edicina y C irugía de V alladolid
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conjunto hubo más complicaciones post-gripales clínicamente bacterianas como
neumonía, bronconeumonía y empiema (21) que las de la patogenia aguda vírica. La
enfermedad frecuentemente progresó con fallo multiorgánico (23) , siendo el curso
clínico en ocasiones fulminante, con defunciones a las 24-48h del ingreso (24) .
La mortalidad de la gripe española tuvo peculiaridades importantes. Los
fallecimientos por gripe ocurren normalmente en ancianos y niños <5 años, lo
que hace que la gráfica de mortalidad por edades en gripe tenga forma de U, con
mayores tasas en los extremos de la vida. Sin embargo en la Gripe Española las
tasas más altas de mortalidad lo fueron en adultos entre 20 y 40 años de edad y
de forma particular en los de 25 a 29 años (4,5) haciendo que la gráfica de mortali-
dad por edades de la pandemia de 1918, tuviera forma de W en lugar de la forma
de U, tradicionalmente observada en las epidemias y pandemias posteriores de
gripe.
Se estima que un tercio de la población mundial (500 millones de personas)
se infectó con este virus (3,4) . La alta tasa de mortalidad en personas previamente
sanas, especialmente de 20-40 años, fue una característica exclusiva de esta pan-
demia que aboga en favor de distinta predisposición patogénica ante la misma in-
fección. Las tasas de mortalidad en embarazadas oscilaron entre el 21% y el 73%,
anticipando por primera vez el riesgo de gravedad aumentado que ha sido confir-
mado después para dicho grupo de mujeres. Sin antivirales específicos como los
que se dispone actualmente, sin vacunas para protegerse contra la infección gri-
pal y sin antibióticos (la penicilina se descubrió en 1928) para tratar las infeccio-
nes bacterianas secundarias asociadas, los esfuerzos de control a nivel mundial se
limitaron a intervenciones clásicas no farmacéuticas como aislamiento, cuarente-
na, hábitos saludables de higiene personal, uso de desinfectantes, restricción de
reuniones públicas y otras limitaciones implementadas de forma desigual .(Figura 6).
Las crónicas de la época hablan de calles vacías, empleados ausentes del lugar de
trabajo y gente con pavor a salir de sus casas por miedo a cruzarse con quienes
enfermaban de gripe y desesperadamente requerían ayuda. La epidemia se afron-
tó en medio de muchas víctimas, creencias y supercherías incontables. Algunos
médicos creían que el humo del tabaco mataba a los microorganismos; otros,
que el alcohol servía como terapia. Le Corbusier, arquitecto francés, se recluyo
en su mansión parisina, pasando los peores momentos de la pandemia fumando
y bebiendo coñac (6) . Otro de los testimonios de esa época fue el del director de
la organización Ayuda de Emergencia en el estado de Pensilvania. Relata cómo
había niños que se morían de hambre porque sus padres habían fallecido a causa
de la enfermedad y nadie quería acercarse a ellos. Otro informe interno de la Cruz
Roja Americana (6) relataba que “Un pánico similar al de la Edad Media con la
Peste Negra se ha observado en muchas partes de EE.UU”. Baste añadir que la