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El Angulo Inverso de la Misma Figura
No es matemática, no es álgebra ni trigonometría… simplemente es política. Pero tiene un
ángulo que pertenece a una figura determinada; es el ángulo desde el cual observamos todo
lo que ha sucedido, políticamente, entre Donald Trump, hasta hace poco alguien que iba a
ser un pedazo de historia gris en los Estados Unidos, e Hillary Clinton, una mujer débil
físicamente –y quizás mentalmente también-, que creía todo consumado a su favor y que,
después de este segundo debate ante el gran público votante, ante ese maremágnum de
simpatizantes y antagonistas, se ha dado cuenta de que Trump es algo más que un “viejo
verde” que su equipo de propaganda, después de haber hecho llegar un audio al periódico
Washington Post, así le quiso hacer creer a una parte significativa de ciudadanos…
especialmente a las mujeres.
Mientras Trump se paseaba lentamente, igual a un coloso de piedra, pesado, adusto
y glacial, frío como el granito cincelado, ella, la adversaria apenas ayer triunfante, le miraba
con sus ojos azules cansados, evidentemente cansados y sentada en una butaca que pusieron
a su servicio. Daba la impresión de que un viejo elefante, sabio y poderoso, le estaba dando
una lección de comportamiento y quehacer respetuoso a una vieja leona desdentada. Valga
el uso de esta fábula.
Ella trató una y otra vez de sacar la conversación, que de lasciva no tiene mucho, en
la que Donald Trump, diez años atrás, y de manera distendida mientras viajaba en un
autobús, dejaba escuchar a sus amigos circunstanciales sobre las mujeres. En aquel
entonces no pensaba siquiera postularse a ningún cargo público, mucho menos a la
presidencia de los Estados Unidos. De haberlo planeado desde entonces, se hubiese cuidado
de no hablar de más. Algo que no hizo Bill Clinton, quien, siendo mandatario de la primera
potencia mundial, puso de rodillas a una joven becaria en la mismísima oficina Oval de la
Casa Blanca, para que le realizara un acto impúdico con su boca. El mismo Bill Clinton
presidente, casado y padre de una niña por aquel entonces, reconoció ante todo el país que
efectivamente “no hubo penetración y que solo fue un acto oral”, a manera de restarle
importancia, valor o significado, al hecho de que una becaria judía, rolliza y alucinada por
la investidura de Bill, lo hiciera traicionar a su familia entera, al honor de su nación y al
amor de su esposa Hillary, hoy convertida en candidata a la misma presidencia que su
marido profanó con aquel acto de sexo en el Despacho de Gobierno.
“Las palabras vulgares no significan nada –dijo una mujer que presuntamente
también el mismo Bill Clinton trató o violó ostensiblemente años atrás-; pero lo que
realmente tiene peso son los hechos y Bill me deshonró a mí”. Soltó esos términos directos
y mortales ante los periodistas que cubrieron la rueda de prensa organizada por Trump, una
hora antes del debate con Hillary.
Después de esas circunstancias, Donald Trump entró al plató de la discusión,
robustecido, daba la impresión de que la semana negra que le hizo sufrir el Washington
Post, nunca sucedió.
La misma Hillary Clinton lo miraba decepcionada de sí misma y de su equipo de
propaganda, porque, en lugar de haber aniquilado al magnate inmobiliario, más bien
parecía que le habían inyectado más vida, más vitalidad y mayor fuerza. El lenguaje silente,
ese vocabulario que solo los expertos en comunicación no verbal conocen a la perfección,