Mi libro mi vida en la prensa escrita | Page 71

Página 71 de 102 Por supuesto que en Centroamérica tenemos razones fuertes para recordarlo; pero no será un recuerdo agradable, porque Guatemala, El Salvador y Nicaragua, aún muestran la sangre que dejaron los muertos, los miles y miles de campesinos y soldados que se enfrentaron engañados por la retórica del dictador antillano asentado en Cuba. En medio de la convulsa década de los 80, las armas llegaban por las noches a Puerto Corinto, en Nicaragua, o a la desembocadura del Río San Juan, en el Atlántico, para apertrechar a los salvajes sandinistas y a los guerrilleros del FMLN salvadoreño. Fidel y su hermano Raúl, enviaron el armamento manufacturado en la Unión Soviética para desangrar a estos pueblos. Y más allá del enorme genocidio… no logró nada, excepto en la Nicaragua actual donde Daniel Ortega y su impresentable mujer tienen a ese país por el cuello, apretándolo cuando se les ocurre y por la sinrazón que se les ocurra. En Costa Rica, la sombra nefasta de Fidel Castro tuvo otra connotación distinta, no sangrienta como en el resto de la región, pero sí perniciosa, grotesca y ruinosa de la paz social y laboral. En 1983, el partido comunista costarricense, obedientemente fiel a los dictados de La Habana, logró expulsar a los empresarios bananeros de la zona sur de este país, mediante una feroz e interminable huelga de los trabajadores, engañados con la palabrería marxista. El resultado final fue un estado de pobreza y desaliento en aquel lugar, que quedó desprotegido y sin fuentes de trabajo al marcharse la Compañía bananera. Aún hoy día, en el 2016, las ciudades sureñas de Costa Rica acusan los rasgos de la equivocada lucha de los trabajadores manipulados. Y en ese trajinar diario, en lo personal, me he encontrado en mi vecindario a líderes comunistas que fueron becados en su momento e hicieron estudios en Cuba, regresaron a Costa Rica casados con mujeres cubanas, también fidelistas; pero viven aquí en condiciones de oligarcas, con todas las comodidades que les ha dado este capitalismo que tanto dicen odiar y que, sin embargo, se valen de él para gozar de la opulencia. No quiero concluir esta columna sin recordar una anécdota de la que fui partícipe: el ex presidente de la República, Rodrigo Carazo (ya fallecido), gran amigo de los sandinistas y de los hermanos Castro, quiso conocerme debido a mis trabajos en un periódico de California para el cual yo trabajaba en aquellos años 80. Apenas me hube sentado al frente suyo, arranqué con la primera pregunta para dar inicio a la entrevista, “¿Don Rodrigo, ante la situación sangrienta por la que pasa América Central en estos momentos, usted cree que se podría convencer a Fidel Castro de que, sin ninguna demagogia, (…).” Pero al escuchar la palabra “demagogia”, el ex mandatario costarricense me interrumpió y me dijo, “Fidel Castro no es un demagogo… es un hombre muy serio.” Ahí mismo terminé mi trabajo ese día. Carazo era admirador del genocida recién muerto y también era socio de los sandinistas en negocios en Nicaragua. Así se cernía la sombra de Castro Ruz sobre estas naciones, mientras las balas zumbaban aquí y allá y la muerte cabalgaba por todo el istmo.