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Hace 71 Años, el Lado Oscuro del Hombre
AMÉRICA CENTRAL-Fue en mayo de 1945 cuando las naciones Aliadas vencieron al
Imperio japonés y al Reich alemán, dejando tras de sí un cúmulo de ruinas y traumas en los
sobrevivientes, imposibles de superar. Valga la pena poner en relieve que, desde 1976, soy
asiduo lector del tema de la Segunda Guerra Mundial y este conocimiento es la única
riqueza con la que cuento, a pesar de que es intangible y en América Latina lo tengo que
degustar en soledad, pues a muy pocos les interesa la historia bélica. Retornando al quid
del asunto, los hechos del pasado no hay que verlos en función de “lo que fueron”, sino de
“lo que enseñan” y “lo que podríamos evitar a posteriori.”
Y las enseñanzas que nos dio la II Guerra Mundial son muchas; por ejemplo, la
naturaleza del fascismo, del comunismo, la necesidad de la unión fraternal entre los países,
que el mal siempre actúa como una sombra que aparece y desaparece por períodos en el
derrotero de la humanidad (hoy en forma de yihadistas asesinos); pero, la principal
lección que nos dejó la conflagración sucedida en Europa de 1939 a 1945, fue la develación
de las profundidades del alma humana, dio a conocer esa parte oscura de las interioridades
del hombre y de las cuales solo se tenían ligeras nociones hasta antes de la guerra.
Hitler fue el gran receptor de todo lo malo que se fraguaba en la Viena de finales del
Siglo XIX y principios del XX (él era austríaco). Una Capital de Austria invadida por los
profesores e ideólogos racistas, por libros y revistas del mismo corte, que se vendían en los
kioscos de la ciudad “por la libre” y la idea siempre pululante del “super-hombre” ario. El
futuro Führer (Adolf Hitler), estaba suscrito a la revista “Ostara”, publicada por el racista
Jörg Lanz von Liebenfels. En una oportunidad quiso obtener dos números que le hacían
falta, y tuvo que viajar hasta el castillo donde vivía el Editor. “Fue cuando vi ondear por
primera vez en mi vida, la bandera con la cruz gamada (svástica), en una de las torretas de
aquel lugar.” Comentaría años después Hitler a su único amigo, el polaco August Kubicek.
Las gentes leían al Conde francés Gobinau, las teorías de Spencer y Darwin, la
filosofía de Nietzsche, de Schopenhauer y escuchaban la música de Richard Wagner, un
decidido antisemita, a quien Hitler admiró hasta el día de su suicidio en el bunker de la
Cancillería en Berlín. Todos esos hombres, esos filósofos, catedráticos y artistas, influyeron
notoria y convincentemente en el joven que después, siendo adulto, desencadenaría la peor
guerra que iba a conocer la humanidad. Decíamos anteriormente que la II Guerra Mundial
“desnudó” el lado oscuro del hombre, porque, si alguien creía que el ser más inteligente de
la Creación era totalmente bueno, se equivocó. Al paso que el conflicto avanzaba, la
maldad inherente y auténtica del soldado y del civil, iba saliendo a la superficie, nos iba
mostrando lo que yo llamo “el lado oscuro de la Luna”, la faz que nunca nos deja ver.
Dos datos para ejemplarizar: las deportaciones masivas y el exterminio de seres humanos
practicado por los nazis; y las cerca de 900 mil alemanas violadas por los Aliados
occidentales y rusos, cuando entraron en invasión a Alemania. ¿Hace falta citar más
acontecimientos de ese tipo? Nó, definitivamente nó. Tampoco esconderlos, mucho menos
negarlos, pues, así como llevamos la bondad en nuestros corazones, también cargamos con
esa tenebrosa sombra que comienza a manifestarse con la palabra “odio.”