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El cabecilla de ellos se llama Ibrahim bin Awad bin Badri al Radawi al Husseini al
Sammarrai, quien cambió después su nombre verdadero al de Abu Bakr al Baghdadi y se
autonombró califa, algo así como un ungido por Aláh y el profesa Mahoma. Invadió la
segunda ciudad de Irak, Mosul, tras la huída cobarde del ejército iraquí, y la convirtió en la
Capital de su Estado de muerte y destrucción. Sin embargo, su sueño y el de muchos de sus
seguidores, nunca se cumplió, cual era enfrentarse al ejército estadounidense en el terreno,
con la infantería. Tal era la sed de venganza que albergaban en ese momento y que todavía
mantienen a pesar de las derrotas consecutivas y las muertes por los bombardeos, de sus
líderes.
Por esa razón, las convenciones militares se crearon y firmaron por los países
signatarios, para “humanizar” las guerras –si el término es el propicio-, y tratar
humanamente a los prisioneros. Pero los norteamericanos, repetimos, infringieron esos
Tratados. De ahí que el surgimiento del Daesh o ISIS, ha sido de lo peor que hemos visto
en el nuevo milenio con sus asesinatos sumarios, sus fosas comunes, la quema de presos
vivos, las decapitaciones por cualquier motivo en plazas públicas y ante conglomerados de
gentes observando las masacres a plena luz del día.
Otro de los grandes errores de Washington, fue involucrarse en la guerra contra el
Daesh, demasiado tarde. Barack Obama dejó que corriera la sangre de inocentes, quizás
basado en que eran iraquíes y sirios y no norteamericanos quienes eran destrozados por la
serpiente que se tragaba poco a poco a las dos naciones del Oriente Próximo. Fue después
de que Vladimir Putin decidiera actuar de lleno en Siria con su aviación y asesores, que la
Casa Blanca decidió también hacer algo en suelo iraquí. Es decir, la competencia por la
hegemonía armada mundial, se trasladaba otra vez a la región.
En lo que atañe al Estado Islámico, nos ha presentado muy poco logísticamente
hablando. Comenzaron la guerra sin armamento apenas, y, conforme iban huyendo los
soldados iraquíes, los terroristas se iban apertrechando con misiles, tanques y otros
blindados que les hemos visto en su infinidad de material gráfico y fílmico que han colgado
en internet. Además, los grupos armados y entrenados por los Estados Unidos para dirigir
la guerra contra el presidente sirio Bashar al-Assad, les han cedido gratuitamente esas
mismas armas a los hombres del Daesh, hasta hacerlos más fuertes. Decíamos
logísticamente, porque a pesar de ser ex militares del ejército de Hussein, sus tácticas en el
campo de batalla han sido deplorables y más que deplorables… cobardes. Una combatiente
canadiense lo dijo tempranamente y con toda exactitud: “el Daesh no combate, apenas nos
ven llegar (a los Peshmergas), huyen atemorizados.” Recordemos en la Guerra del Golfo
cuando los mismos soldados de Saddam Hussein se arrodillaban ante las tropas Aliadas,
demostrando auto-humillación y ninguna hombría en el escenario bélico.
Han sido terroristas; pero con la población civil iraquí, siria y libia. Han infundido
el terror en esos pueblos y en nadie más. No han ganado ninguna batalla, porque sus
enemigos huyeron como hemos dicho y les dejaron las ciudades libres para que se
asentaran ahí; incluso, para efectuar los atentados en París, han tenido que drogarse, porque
estando sobrios la valentía no les alcanza. Huyen cada vez que tienen la oportunidad, se
cortan sus barbas, se visten con túnicas de colores sobre sus raídos uniformes negros y se
confunden entre los ciudadanos comunes, a fin de despistar a los enemigos. Son largas las
columnas de desertores que enseñan, orgullosos empero, sus credenciales del Daesh a los
periodistas que les encuentran y entrevistan.