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“Odio a América”
SAN JOSE, Costa Rica-La conocí en un Banco de este país. Esa mañana estaba
depositando unos pocos colones (moneda costarricense), en una cuenta que yo tenía. El
dinero me lo había dejado mi padre al morir, quien no cumplía siquiera medio año de haber
fallecido. Ella era bajita de estatura, como la mayoría de las japonesas; trabamos
conversación, su castellano era bueno, aceptable. Estaba depositando en su cuenta corriente
una impresionante cantidad de dólares, ganados gracias a su profesión como pianista
clásica. El nombre de esta mujer me lo reservo, como es debido; pero era una dama de edad
madura.
Y comenzamos a dialogar sobre su viaje a Tokio, una visita que no se iba a extender
mucho y algo que me llamó la atención fue cuando me dijo que el avión que tomaría iba a
hacer escala en Ciudad de México y no en Los Angeles, California, según se acostumbraba
en los quehaceres de la aeronáutica por aquellos ya lejanos años 80. Al preguntarle por
aquel detalle, ella frunció el ceño y me contestó, “porque odio a América (los Estados
Unidos), no quiero saber nada de América, la odio.” Reiteró. Como conocedor profundo del
tema de la Segunda Guerra Mundial que me considero, la comprendí al instante. En mi
imaginación pude ver la explosión de las dos bombas atómicas lanzadas por la aviación
estadounidense sobre Hiroshima y Nagasaki. La primera ciudad visitada recientemente por
el presidente de Norteamérica, Barack Obama, a petición del alcalde de Nagasaki,
Tomihisa Taue. El coloquio continuó sin más trascendencia hasta que ella se despidió.
Nunca más volví a ver a aquella japonesa que me dejó meditando acerca de lo acontecido
en 1945 en su país.
Y es que desde esta América Central de dictaduras, desigualdad social y pobreza
que te deja con la boca abierta por lo sorprendente, la Segunda Guerra Mundial parece tan
lejana para la mayoría de las personas, que se iguala a una temática sin mucho asidero para
platicar siquiera. En mi opinión, Obama debió haber dicho un sentido discurso (recordemos
al brillante orador que él es); pero pedir perdón explícitamente nó. ¿Por qué? Porque los
actos criminales de los japoneses contra los prisioneros estadounidenses durante el
conflicto, también merecen una disculpa por parte del gobierno de Tokio. Para empezar, el
ataque a mansalva a la base de Pearl Harbor, fue un acto homicida, a traición, como nunca
se había registrado en la historia de la humanidad. Después, las llamadas “marchas de la
muerte” en las que los soldados americanos tuvieron que caminar, presos, obligados por los
japoneses, hasta caer fulminados por el cansancio, el hambre y el paludismo propio de las
selvas de las islas asiáticas. El mismo General Mcarthur vio los esqueletos de sus hombres,
tirados en literas en los campos de concentración japoneses, asesinados lentamente por la
falta de alimentación y las enfermedades. La crueldad fue de un parangón impresionante de
parte de los “hijos del Sol Naciente.” Aún así, si insistiéramos en las disculpas, estas
deberán ser “cruzadas”, de los japoneses hacia los estadounidenses y viceversa.
La criminalidad fue mutua, como siempre sucede en las guerras. Empero, en un intento de
síntesis de nuestra parte, lo más sensato lo dijo un sobreviviente de las bombas atómicas,
llamado Masahiro Kunishige: “No necesito la disculpa de Obama, sino el fin de las armas
nucleares.” Inteligente, preciso, humano y sabio este caballero nipón.