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El Riesgo que Entraña la Demagogia
SAN JOSÉ, Costa Rica-Antes de cualquier otra cosa, debemos recordar qué es la palabra
demagogia para enfilar bien nuestra columna de esta semana. En palabras sencillas,
demagogia es darle a leer o escuchar a las masas lo que a ellas les agrada. El diccionario de
la RAE tiene definiciones más elaboradas y grandilocuentes; pero no queremos enredarnos
en su alto castellano. Demagogia, pues, es el método por excelencia que utilizan los
políticos, principalmente, para ganarse las simpatías de los votantes. “Sacaré a nuestras
tropas de Irak”, dijo reiteradamente Obama a los norteamericanos y eso le granjeó gran
cantidad de sufragios y el triunfo electoral. Pero lo que no dijo fue la segunda parte y que
debió ser más o menos en estos términos, “(…) aunque los Estados Unidos peligren con el
terrorismo islámico.” O sea, la demagogia es esa parte de la canción que a todos nos gusta,
que nos entra en la cabeza y que “tarareamos” durante toda la semana. Pero el resto de la
balada nos importa un comino.
Definido lo anterior, debemos remitirnos a los políticos de esta América Latina
sufriente, engañada hasta el tuétano y vuelta a engañar una y mil veces más. Es cuando no
dejamos de recordar las palabras de Juan Domingo Perón, quien, durante su exilio en
Caracas, Venezuela, le dijo a uno de sus matones que le cuidaban en su apartamento de
recién llegado: “Dejalo pasar, que el chico es periodista.” El reportero era de la agencia
France Press y hacía la entrevista como verdadera primicia. “Don Juan Domingo, ¿Qué
opina usted de los líderes latinoamericanos?” Fue una de sus preguntas capitales. Y Perón
se arrellanó en su sillón, le miró fija y directamente y le respondió, “Mirá, los líderes de
este continente son fuego de artificio, verdaderos magos, ardientes vendedores de ilusión,
todos ellos cortados con las mismas tijeras mágicas (…).” Fue su respuesta aderezada con
tonos poéticos, un poco a lo Gardel y Lepera, para decir que son los grandes demagogos a
la vieja usanza de Mussolini, Stalin e Hitler. Todos venden y han vendido desde siempre
“el cielo en la Tierra”; aunque después las favelas de Río de Janeiro, las chabolas de Lima y
los tugurios de San José de Costa Rica, sigan ahí, inalterados e inalterables.
Concretamente, en el ejemplo que nos da el actual presidente costarricense, Luis
Guillermo Solís, observamos con detalle, con claridad extraordinaria, lo que es la
demagogia y su acción inmediata. Su elección fue un dechado de éxito, barrió con facilidad
pasmosa a su oponente en las elecciones y prometió –como esencia de su demagogia- , que
Costa Rica bajo su mandato, iba a ser otra. Y con el paso del tiempo, su discurso fue
solamente eso… discurso pueril, palabras vacías, huecas y arrebatadas de manera rauda por
el viento. El pueblo está inconforme y violento contra él y su acción de gobierno; a tal
extremo que, durante una visita suya a la Universidad Nacional, en la ciudad de Heredia,
fue increpado con toda vulgaridad por manifestantes, quienes llegaron, incluso, a escupirle
el parabrisas del auto oficial en el que se refugió para evitar ser atacado. De sus promesas
de campaña es muy poco o casi nada, lo que ha cumplido; del paraíso que “vendió” a la
gran masa votante, no ha concretado ni “el primer escalón que iba a conducir a ese sitio
idílico”.