Mi buen asesino mibuenasesino TEASER | Page 30

30 Pau Arenós Cada día, publicaba en su web los horarios y las plazas que ocuparía. Sabía que a las dos de la tarde estaría en el párking de Master’s, un centro comercial igual a los otros centros comer- ciales de Novápolis. No distinguía la calle BL de la BK o de la BM ni a Master’s de la otra decena de edificios de dos plantas y dos sótanos con tiendas clonadas y un aire acondicionado que dejaba tiesos a los pingüinos. Vi la furgoneta nueva con el brillante cartel encima: Sal- chitown. El hombre se había gastado la pasta: más que una camioneta de comida parecía el autobús de un club deportivo. El logotipo ocupaba por completo un lateral. Dos salchichas cruzadas. Ese mismo escudo de armas estaba en su camiseta y en la del ayudante asiático, un pequeñín que solo decía tres palabras: «voy» y «sí, jefe». El Negro lo llamaba Voy. El párking estaba bastante lleno, encontré plaza no dema- siado lejos de Salchitown, food truck contundente, azabache y lustrosa como un asteroide pasado por un lavacoches. Me acerqué a pie, había media docena de personas aguardando el turno. El Negro me vio y siguió a lo suyo, abriendo panecillos, montando salchichas y salseando. Por un lado del gran ventanal abierto, el asiático Voy me acercó una cerveza checa. Evitaba las locales por si César gaseaba los botellines. También estaba en el negocio de las cervezas. Lo que hacía pop le atraía. Mercadeaba con champanes y colas. El Negro entregó uno de los proyectiles: parecía el bocata mexicano, con una salsa roja y reventona. El montaje era sen- cillo. Un pan con aguante, una sola clase de salchichas y una salsa especial. Si llevaba kimchi era un coreano; con mayonesa de wasabi, un japonés; con tomate y jalapeños, un mexicano; con allioli, un catalán; con queso cheddar y mostaza, un americano. Y así hasta 15 combinaciones. Era una decisión inteligente: con pocos recursos daba variedad.