Mi buen asesino mibuenasesino TEASER | Page 29

Mi buen asesino 29 con el monovolumen y entretenimiento. En el número 4 de la calle BL no entró ni salió nadie. Era la hora de comer y me dirigí a la furgoneta de El Negro. Era blanco pero todos los llamaban El Negro. Había sido un chef prestigioso, había trabajado en Putain, cerca del Ayunta- miento. El restaurante, francés y engolado, se llamaba Pétain pero, debido a su clientela de funcionarios de emocionados bolsillos, grandes receptores de oscuros pagos, era más conocido como Putain. Cocainómano, un día, muy colocado, pensó en cómo sabría una pierna de cordero a la salvia espolvoreada con coca. Envenenó a una pareja: ella estuvo una semana en coma. Aún puesto, cuando fue detenido les dijo a los polis: «Creo que me pasé con la salvia». Lo echaron, pasó por la cárcel, se desintoxicó y a la salida, al no encontrar a nadie que quisiera contratarlo, consiguió una furgoneta de segunda mano que instalaba en los párkings al aire libre de los centros comerciales. Pagaba a los guardias de seguridad, que le permitían ocupar varias plazas. El Negro había prosperado, esta era la segunda furgoneta y a quien deslizaba ahora los billetes para trabajar era a los gerentes de los centros comerciales. A los guardias, al otro lado de las puertas de cristal, les daba salchichas. Si seguía acumulando fama pronto le pagarían por ir. Atraían a los compradores, se formaban colas para probar las especialidades. Había comido sus platos franceses en Putain, pedía cada vez el puré de patatas con mucha mantequilla y crema de leche. Levantaba el tenedor y tensaba el hilo de aquel material prodi- gioso. Pensaba en elasticidad y en gimnastas rumanas. Le fui fiel cuando cayó en desgracia y seguía siendo su cliente ahora que los ricos de Novápolis volvían a contratarlo como chef privado.