Mi buen asesino mibuenasesino TEASER | Page 26

26 Pau Arenós Aceleré para dar un sonoro adiós a la calle y a sus criminales, consciente de que al descapotable, increíblemente bajo, no le iban bien los baches. Fui dejando atrás el sur del sur, los des- campados, los vertederos, los esqueletos de coches, animales blanqueados al sol. Las casetas en la que vendían drogas, objetos robados, los despojos que César dejaba a unos delincuentes casi mendicantes. El olor a quemado y a putrefacción. Había hogueras que quemaban en un fuego eterno. Nunca vi a nadie encenderlas. Aquí y allá ondulaba el humo en siluetas grises. El subsuelo hervía, la tierra era un estómago enfermo. Enfilé la autopista de la costa. Tras algunas curvas sobre los acantilados, Novápolis al brillo de mediodía. Me encantaba aquella vista, la ciudad, mi ciudad, como una revelación de diamantes. Tallados por el sol, eran los rascacielos de cristal los que producían ese efecto. A la derecha las dos islas de la bahía, una mayor, otra menor, engarzadas entre sí y a tierra firme por puentes. La construcción había arruinado a la ciudad, endeudándola para los próximos 100 años. Muchos se habían lucrado, el Gobierno municipal era corrupto, los jueces y la policía eran corruptos y eso hacía de Novápolis una gran concentración de timadores y un lugar excelente para mi profesión. Había buena gente, miles de buenas personas que pagaban sus impuestos para que la maquinaría siguiera engrasada y la sanidad fuera deficiente y la educación catastrófica y el espacio público, un involuntario parque de atracciones. Esas miles de buenas personas estaban atrapadas como ratoncitos: no podían ir a ninguna otra parte. El alcalde Abraham destinaba muchos billetes a la propaganda y el autobombo. Era mucho más barato que arreglar las calles. Conduje hasta el norte, dejé atrás la piña de rascacielos del centro y las islas con sus edificaciones más bajas, arquitectura