Mi buen asesino mibuenasesino TEASER | Page 25

Mi buen asesino 25 Sin poder moverse, Marcus se limitó a una mirada de búfalo. La lengua era azul. El obrero bajó del toro, entró en el almacén y regresó con una botella dorada. Sacó una navajita, quitó el precinto, desenroscó el tapón y se la dio a Marcus. Acostado, el gordo no había visto la operación. Se dio cuenta de las intenciones cuando tenía el cuello cerca de la boca. —Pero ¿qué… cojones haces? El obrero pensó que necesitaba un trago para recuperarse. —Gilipollas, es… para él. Desconcertado, me dio el Pure Gold, el tapón y se largó antes de recibir un tortazo. Enrosqué el tapón de aluminio, busqué en el portamaletas una bolsa de plástico, guardé la botella, puse el coche en marcha. Marcus se levantó con dificultad. Desde la acera, don Huevo me vio partir. Rapado, blanco como una pa- red recién encalada, pantalones de chándal color hueso, parecía el huevo de un Tyrannosaurus rex. Me gustaba el sonido del motor del descapotable. Era a la vez civilizado y arrogante, una manera de decir: parezco como vosotros, pero soy otra cosa. Aunque no fuera verdad. Porque era como ellos y por eso intentaba parecer distinto, vestirme bien, oler bien, conducir un buen coche. Porque yo era como don Huevo y como el Pequeño César, aunque ellos llevaran chándal y yo prefiriera los trajes a medida. Y por más que me mostrara hostil y mantuviera la distancia y me creyera mejor, claramente superior, formábamos parte del mismo mundo y del mismo código moral, que era la falta de moral. Un poco menos de crueldad por mi parte no me hacía mejor. Yo los odiaba y los despreciaba sin odiarme a mí mismo. Y ni siquiera había necesitado terapia para llegar a esta conclusión.