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Pau Arenós
permitía ganar millones, pero sí blanquear la droga. Blanquear
la nieve es una ocupación costosa.
Estaba a punto de abrir la puerta del descapotable cuando
Marcus salió del bar a gran velocidad, a la velocidad que un
cuerpo de más de 150 kilos con zapatillas de drag queen puede
alcanzar. Llegó a mi lado resoplando como un tren de vapor.
La distancia era apenas de 20 metros. Estaba congestionado.
Al hablar, pitó como una cafetera. La cicatriz en el ojo brillaba
como una estalactita. La montaña de carne puso una mano
sobre el capó. Tendría que pasar una bayeta para quitar la grasa.
—César… César.
Estuvo unos segundos jadeando, recuperándose. De haberle
encargado subir tres pisos, lo habría matado.
—César quiere, quiere que… cuando mates al tipo ese… de
la… ginebra…
Pitaba, bufaba, aquello no era normal ni siquiera en un obeso
de 150 kilos. A este le pasaba algo más. La coca le había carco-
mido el corazón de diplodocus.
Pudo al fin soltar el mensaje.
—César quiere que… le tires por encima… una botella de
Pure Gold y le pegues… fuego.
Qué poco había durado la emoción maternal. Distraído con
doña Dorotea descuidó encargar el número final. Llamas para
dar más visibilidad al mensaje.
Marcus se recostó completamente sobre el capó. La camiseta
blanca sin mangas era un trapo sudado. Fuck Odessa estaba
rodeada de gotas, una corona de sal. Una bayeta no sería sufi-
ciente para eliminar la grasa corporal. Tendría que pasar por el
lavacoches.
—Tú −señaló al operario del toro−, tráeme… una botella
de whisky.
—Si abollas el coche tendré que pasarte la factura del planchista.