Mi buen asesino mibuenasesino TEASER | Page 19

Mi buen asesino 19 —Adoro a Dean Martin. Es un actor infravalorado, un cantante magnífico, y las mujeres, ah, las mujeres, se las folló a todas. Qué tiempos. ¡Y qué tíos! El rat pack: Dean Martin, Frank Sinatra, aquel negrito, Sammy Davis Jr. ¿Sabes que era judío? ¡Negro y judío! Pero a los italianos eso no nos importa. Porque Dios es católico y está de nuestra parte. Besó el enorme crucifijo que colgaba del cuello, que sacó del chándal discotequero. Oro y piedras preciosas. Lo levantó y lo pasó por los labios. Un pedacito de albóndiga enmarañada en el bigote quedó en uno de los brazos de la cruz, como una manita crucificada, sangre de tomate. Yo estaba delante y lo vi. Los otros dos aguardaban a su espalda, Marcus sentado; Albóndiga, de pie. No dije nada. Volvió a guardar la cruz con albóndiga en el chándal e imaginé la licra manchada de rojo. —Samuel, siéntate. ¿Seguro que no quieres comer nada? Esta vez puedes morder las albóndigas sin perder un diente. Felicitaré al cocinero. Se rio de su gracia, Marcus se rio de la gracia del jefe y Al- bóndiga no entendió la gracia del jefe. Dije que no, que había desayunado. Me senté. El espacio era muy grande, al menos 200 metros cuadrados, una mesa de reuniones de madera, sillas, butacas y sofás vencidos por el peso de los obesos y sus nalgas hipopótamas, una máquina de millón, un billar, un pimpón, aparatos para musculación. Y una puerta cerrada tras la que estaba el despacho de César con archivadores, cajas con documentos, una biblioteca de la delincuencia, la cuentas del crimen. Los contables amañaban los libros, los reconstruían con una clave que solo ellos y César comprendían. Era una añagaza para la poli por si se saltaban los acuerdos e iban a buscarlos. Los auténticos libros maestros, con el detalle de la extorsión, estaban en un lugar secreto.