Mi buen asesino mibuenasesino TEASER | Page 13

Mi buen asesino 13 César podría estar en el centro de Novápolis en un rascacielos de cristal tras un escritorio de caoba y con traje a medida y enca- jando manos en buenos restaurantes. Él no era de esos: prefería la mugre, el chándal de niño, la carne muy hecha y el sopapo. Conduje hasta la oficina con lentitud porque la calle parecía acabada de bombardear. Los baches eran tan grandes que en- gullirían un cochecito eléctrico de campo de golf. Aunque por aquí no había campos de golf. Aparqué a unos metros del local. Había que dejar libre la sali- da si quería salvaguardar el vehículo. Nunca sabía quién saldría a puñetazos, a machetazos o a balazos o si la pasma decidiría un asalto sorpresa. Un asalto sorpresa en busca de nuevas comisio- nes. Ese descapotable me había costado mucho dinero. La calle pertenecía en su totalidad a César. El desguace de coches, el bar, el restaurante, la destilería, el almacén. Dueño de esa calle y dueño de muchas otras calles. Era el gran mundo del Pequeño César. Cuando entraba en el reino del barro, los baches y los muros de piedra harinosa me movía con lentitud, a cámara lenta, pero el cerebro trabajaba a gran velocidad, registrándolo todo, anticipándome al gesto de ese que pasaba a mi lado porque una vez a mis espaldas podría clavarme una navaja. La traición era el sello de la casa. Yo había sido muchas veces el brazo de esa traición. César me había usado para acabar con los suyos. Caminé por la acera con cuidado, evitando meter la bota en uno de los numerosos agujeros, baldosas rotas, pequeños embalses negros. Aunque César sobornaba a concejales, los operarios municipales no se acercan a reparar este campo de minas. A los matones les tranquilizaba la degradación porque se mimetizaban con el paisaje. Caminé con la cabeza alta, mirando de frente, intuyendo las trampas. Dar un traspié era invitar a las risas a los holgazanes de la calle, apostados a la puerta del