Mi buen asesino mibuenasesino TEASER | Page 11

Mi buen asesino 11 Por qué. Me pegó por la muerte sin argumentos −y creo que sus golpes fueron proporcionales a mi acción−. Por matar por matar. No lo comprendí entonces, sino años después. Puede que adivinara algo en mi indiferencia. No lo sé. No puedo saberlo. Nunca le pregunté. No son cosas que traten madre e hijo. «¿Sabías entonces, cuando yo tenía 7 u 8 años, que sería un asesino?». Mi madre era una mujer de campo acostumbrada a la muerte. Viví algún tiempo en una granja −menos que una granja− y co- nocí los rituales de sangre. Degollar gallinas, despellejar conejos, apuntillar cerdos. Los chillidos, retortijones y aleteos eran la música del horror que acompañaba nuestros actos. Esas muertes, al parecer, sí tenían un porqué. Matar un cerdo, sí. Matar un pájaro, no. ¿Cómo entenderlo? Quien haya hecho lo uno y lo otro sabrá que la agonía, la desesperación y el sufrimiento del puerco dejan la torcedura del cuello de un avecilla en un acto inocente y banal. Pero la matanza del cerdo tiene un porqué Seis o siete años después nos trasladamos a Novápolis. Nos fuimos los cuatro: mis padres, mi hermana pequeña y yo. De- jamos atrás la granja y el olor de los animales que soltaban las tripas antes de morir. Lo he olido muchas veces en los humanos. Hace un par de semanas todo cambió en mí sin explicación. El cuerpo tomaba decisiones lentas que se manifestaban por sorpresa. ¿A quién acudir para contar la dolencia? «Doctor: siento remordimientos cuando mato». Porque eso es lo que me sucedía. Cumplí, pero al acabar noté la boca como si hubiera comido sal a bocados. Quité una vida y volví a escuchar a mi madre. «¿Por qué?». Solo era otro encargo. Nada especial. Trabajaba como free lance, aunque mis clientes formaban un grupo reducido. Habría sido imprudente aceptar contratos de desconocidos para asesinar y solo lo hacía cuando menguaba la actividad de mis patronos habituales.