lucha de clases, justicia comunitaria, oligarquía corrupta, pobreza, dominio de
las bases, igualitarismo con diversidad, es decir, contradicción, polaridad, la
resultante impertinencia, etc.; bien que se aprecie, estos rigores “accidentales”
de las estructuras, la contraparte dialéctica, también se hará manifiesta tarde o
temprano, y como único resultado arrojara abismo ontológico, fatalismo,
conflicto existencial. Y al menos que los más optimistas consideren alcanzar
algún día ese futuro perfecto, estos dos mil y pico años desde la irrupción del
judeocristianismo, se han caracterizado por la intolerancia de los deontólogos,
y esa conquista de una mayor “justicia social”, seguirá quedando relegada a
ese incierto y esperado futuro.
La deontología por lo tanto, es absolutamente pragmática, no táctica ni
estratégica, pues se apoya en el psicologismo, y como hemos constatado, esa
falta de dominio sobre los ámbitos psicológicos de los sujetos individuales y
colectivos, es la que ha sumergido a occidente en la actual crisis no solo socio-
económica, política y existencial, sino también de valores, que amenaza con
convertir nuestra búsqueda de felicidad y de justicia social, en una lucha
caótica contra monstruos quiméricos, el pesimismo fatalista, el sin sentido en el
que vive sumida la humanidad, tan atacada por patologías psicosociales,
neurosis colectiva, impotencia gnoseológica, confusión, intolerancia, puesto
que el tan mentado “futuro mejor”, nunca llega.
La deontología, interpretada bajo el prisma de estos complejos psicosociales,
debe ser trascendida, pues la ética, plagada de finos razonamientos y
apasionados afectos, ha fracasado completamente en su afán de conducir al
hombre y las sociedades que lo aglutinan, hacia las metas teleológicas que él
mismo se ha trazado. Es decir, la razón, y el amor, determinan nuestro
comportamiento ético y moral. Dicho de otro modo, la razón y el amor, son
ético morales; Y tanto la razón como el amor, son susceptibles de
corruptibilidad, es decir, de incertidumbre, y esta es en esencia, el fundamento
de todo ámbito psicológico, la incertidumbre, el incierto.
Poco a poco se ha ido conformando una cultura del miedo, donde el “riesgo”, el
temor a la muerte, la enfermedad, el fracaso, anida en el inconsciente personal
y colectivo determinándolo todo.
El hombre y la mujer occidental han perdido la noción del presente, único
momento ético, capitalizado por un psiquismo tan desconocido para ellos como
el espacio exterior y la ingravidez. Por eso en este tratado hemos mentado la
meta-ética, a fin de inducir una especie de estado alterado de conciencia para
poder vislumbrar la trascendencia que puede llegar a tornar ese momento
único, que tiene la potencia para cambiar el destino, predecible, esperado,
anunciado, despertando potencias olvidadas, ponderando la propia fuerza
volitiva, rasgo diferencial que puede liberarnos de la influencia del colectivo; a
recuperar el HONOR, reconociendo que si bien no existe el libre albedrío, al
menos hemos tenido la lucidez de caer en cuenta de ello. Eso es comenzar un
proceso de individuación.
- 108 -