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inguna taza de té costoso en pleno Rodeo Drive, Starbucks, si lo prefiere; y por supuesto, está Wal-Mart con sus bebidas de todos los precios posibles, pero mi limitado presupuesto me impulsa a vivir una experienca diferente a los turistas europeos adinerados. Todos hacen sus compras como pueden. Desde el mercado negro ruso, hasta los suburbios de Phnom Penh, Camboya, llena de propuestas de leyes que prometen una vida próspera, sobre todo para aquellos que anhelan tarántulas fritas y paquetes de marihuana legal. En Luanda, Angola, el Roque Santiero, un mercado de los ladrones como ningún otro, se ensancha por millas, se trata de un fantasmagórico emporio al aire libre donde los vendedores de mango hacen negocios con comenrciantes ambulantes armados con AK-47. No obstante, pese a todos esos sitios de comercio de mala muerte, ningún bazar se compara con el mercado de pescado en el puerto fluvial frenético de Manaus, justo en el medio de la Amazonia brasileña: la ciudad más grande en el bosque más grande del mundo
El mejor momento para entrar en acción es sólo pasado el amanecer. Es entonces cuando los barcos de pesca, -cien o más-, atan en la Terminal Pesqueiro de Manaus, un muelle flotante de un cuarto de milla de largo construido sobre bidones de metal que le permiten subir y bajar con el nivel del poderoso río.
El Amazonas y sus numerosos afluentes contienen al menos 3000 (no se tiene la cuenta exacta aún) especies de peces, la mayoría de ellas no se encuentran en ningún otro lugar del mundo. Muchos de estos nadadores tienen una reputación desagradable, pero la piraña, con toda su aterradora prensa sensacionalista, no es especialmente temida por los lugareños, quienes se burlan de su dentadura relativamente diminuta. Mucho más formidable es el pez palillo de dientes, conocido por nadar en la abertura del pene humano. Los pescadores de Manaus, sin embargo, pasan por alto todas estas dudosas especies exóticas, eligiendo para cazar aproximadamente 100 variedades de peces que las personas están dispuestas a pagar para comer.
"Tambaqui!" grita José Ferreira, capitán de la Jerusalén II, un barco de 40 pies, mientras señala una caja de espuma de poliestireno que contiene una docena de 50 kilos de mero, cuya reputación radica en ser uno de los más sabroso de todos los peces amazónicos. Un aventuero y curtido por el sol, capitán Ferreira luce un parche en el ojo. El color de la tela es de un rosa chocante. El hombre lleva un destornillador metido en su cinturón.
Se ha puesto a prueba a la Jerusalén II desde la desaparición de la Jerusalén I, que se incendió en Rio Madeira en 1990, muriendo cuatro de los hombres de Ferreira, incluyendo uno que fue devorado por un cocodrilo. A pesar de casi 50 años como pescador de Manaus, el capitán Ferreira no afirma haber navegado "ni la mitad" de los ríos de la cuenca amazónica. Para ello, dice, tendría que vivir "hasta que tenga cinco mil años." Pero la experiencia muestra que este pescador sabe lo que hace. El Jerusalén II acaba de volver de un viaje de cuatro semanas en el Rio Urucu, y sus cubiertas están repletas de productos.
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