primera prueba... ¡qué día!, cuando comprendimos que mi primo había nacido a la luz, casi nos
morimos de gozo. La primera cara que vio fue la mía... Vamos.
María soltó la mano de la Virgen Santísima.
-¿Te has olvidado de mi promesa sagrada -añadió ésta- o creías que era broma? ¡Ay!, todo me
parece poco para demostrar a la Madre de Dios el gran favor que nos ha hecho... Yo quisiera
que en estos días nadie estuviera triste en todo lo que abarca el Universo; quisiera poder
repartir mi alegría, echándola a todos lados, como echan los labradores el grano cuando
siembran; quisiera poder entrar en todas las habitaciones miserables y decir: «ya se acabaron
vuestras penas; aquí traigo yo remedio para todos». Esto no es posible, esto sólo puede
hacerlo Dios. Ya que mis fuerzas no pueden igualar a mi voluntad, hagamos bien lo poco que
podemos hacer... y se acabaron las palabras, Nela. Ahora despídete de esta choza, di adiós a
todas las cosas que han acompañado a tu miseria y a tu soledad. También se tiene cariño a la
miseria, hija.
Marianela no dijo adiós a nada, y como en la casa no estaba a la sazón ninguno de sus
simpáticos habitantes, no fue preciso detenerse por ellos. Florentina salió llevando de la mano
a la que sus nobles sentimientos y su cristiano fervor habían puesto a su lado en el orden de la
familia, y la Nela se dejaba llevar sintiéndose incapaz de oponer resistencia. Pensaba ella que
una fuerza sobrenatural le tiraba de la mano y que iba fatal y necesariamente conducida, como
las almas que los brazos de un ángel trasportan al cielo.
Aquel día tomaron el camino de Hinojales, que es el mismo donde la vagabunda vio a
Florentina por primera vez. Al entrar en la calleja la señorita dijo a su amiga:
-¿Por qué no has ido a casa? Mi tío decía que tienes modestia y una delicadeza natural que es
lástima no haya sido cultivada. ¿Tu delicadeza te impedía venir a reclamar lo que por la
misericordia de Dios habías ganado? No hay más sino que tiene razón mi tío... ¡Cómo estaba
aquel día el pobre señor!... decía que ya no le importaba nada morirse... ¿Ves tú?, todavía
tengo los ojos encarnados de tanto llorar. Es que anoche mi tío, mi padre y yo no dormimos;
estuvimos formando proyectos de familia y haciendo castillos en el aire toda la noche... ¿Por
qué callas?, ¿por qué no dices nada?... ¿No estás tú también alegre como yo?
La Nela miró a la señorita, oponiendo débil resistencia a la dulce mano que la conducía.
-Sigue... ¿qué tienes? Me miras de un modo particular, Nela.
Así era, en efecto; los ojos de la abandonada, vagando con extravío de uno en otro objeto,
tenían al fijarse en la Virgen Santísima el resplandor del espanto.
-¿Por qué tiembla tu mano? -preguntó la señorita-, ¿estás enferma? Te has puesto más pálida
que una muerta y das diente con diente. Si estás enferma yo te curaré, yo misma. Desde hoy
tienes quien se interese por ti y te mime y te haga cariños... No seré yo sola, pues Pablo te
estima... me lo ha dicho. Los dos te querremos mucho, porque él y yo seremos como uno
solo... Desea verte. Figúrate si tendrá curiosidad quien nunca ha visto... pero no creas... como
tiene tanto entendimiento y una imaginación que, según parece, le ha anticipado ciertas ideas
que no poseen comúnmente los ciegos, desde el primer instante supo distinguir las cosas feas
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